THE OBJECTIVE
Kiko Mendez-Monasterio

La playa

Propósito de estío: olvidarnos del rey y del profeta, conseguir que descanse el alma durante estas semanas, que la tenemos maltratada, al alma, sólo porque no existe un aparato con el que medirle la tensión, ni un yogurt para regular su flora.

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La playa

Propósito de estío: olvidarnos del rey y del profeta, conseguir que descanse el alma durante estas semanas, que la tenemos maltratada, al alma, sólo porque no existe un aparato con el que medirle la tensión, ni un yogurt para regular su flora.

“Su corazón no se reparte, como los nuestros, entre un rey craso que se revuelca y un profeta que maldice”, escribía Paul Morand, un francés gigante que hoy no recibe el aplauso merecido por aficionarse demasiado al agua de Vichy. Da lo mismo, tarde o temprano le llegará la gloria, porque del siglo pasado sólo van a quedar los escritores reaccionarios, los demás han envejecido fatal, como todos los idólatras del progreso, que están aquejados de obsolescencia.

La frase le sirve a Morand para colorear a un personaje, pero también nos puede ser útil a nosotros como propósito de estío, olvidarnos del rey y del profeta, conseguir que descanse el alma durante estas semanas, que la tenemos maltratada, al alma, sólo porque no existe un aparato con el que medirle la tensión, ni un yogurt para regular su flora. Pues hay que aprovechar la holganza de los políticos, y la breve tregua del fútbol, para poder disfrutar de la contemplación de un magnolio, pasear de noche por Madrid sin estar excesivamente embriagado, leer a Paul Morand o simplemente no hacer nada, placer voluptuoso, como todo pecado venial deliberado.

Cuidado porque contra la paz espiritual también conspiran las playas de agosto, que si le tocan a Sorolla lo convierten en un pintor gore, donde las niñas angelicales con parasoles han sido sustituidas por esa promiscuidad de la carne y la arena, una visión lacerante para las almas sensibles, que la reciben como como uno de esos retiros ignacianos en los que se detallaban los sufrimientos del averno: sudores en masa, desnudos sin sensualidad y aguas oleaginosas, cociéndose todo revuelto, sin noticias de aire fresco o de pudor antiguo.

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