Como si fuera normal
Aquí estamos, trece mil ochocientos millones de años después, como si todo fuera normal. Yo no entiendo nada. Bueno, una cosa sí. Entiendo un poco más a quienes se dejan de historias y creen en Dios.
Aquí estamos, trece mil ochocientos millones de años después, como si todo fuera normal. Yo no entiendo nada. Bueno, una cosa sí. Entiendo un poco más a quienes se dejan de historias y creen en Dios.
Muchas veces, cuando se lee una noticia sobre el cosmos, no se tienen en cuenta los fríos y tremendos datos que se aportan. No nos paramos a pensarlos. Normal. El universo es inimaginable.
Empecemos por el principio, por la explosión de dimensiones y oscuridad de la que apareció la perfecta sincronía que dio lugar la vida. Para que nos entendamos, una analogía muy visual consiste en concentrar desde el Big Bang hasta hoy en un día, 24 horas.
Hace 13.800 millones de años, a las 00.00, un punto de densidad descansaba en la nada cuando hizo ‘catapum’ sobre sí mismo. De ahí salió todo. El infinito, que puede que siga expandiéndose. Galaxias esparcidas por ahí. Después, sobre las 3.00, las estrellas. Bolas colosales de fuego, lava y explosiones repartidas por la noche. Todo muy normal, oiga.
No es hasta la siesta, a las 16.00, cuando aparece el Sistema Solar. Con el paso de las horas, planetas gaseosos, satélites con lagos de metano líquido, la tierra y una cara oculta. La que está pegada al sofá.
A las 23.30, Pangea. 23.38, dinosaurios. 20 minutos después, adiós dinosaurios. A las 23.59 y 35 segundos, el ser humano. La conciencia. Y, en este mismo instante, una carrera que ganamos a otros 450 millones de espermatozoides. Y aquí estamos, trece mil ochocientos millones de años después, como si todo fuera normal.
Yo no entiendo nada. Bueno, una cosa sí. Entiendo un poco más a quienes se dejan de historias y creen en Dios.