Unos tiernos ancianos
Cuándo ese bebé amoroso se convirtió en uno de los asesinos más sanguinarios de la historia. Cuándo esa boca que buscaba instintivamente el pecho de su madre empezó a ordenar asesinatos.
Cuándo ese bebé amoroso se convirtió en uno de los asesinos más sanguinarios de la historia. Cuándo esa boca que buscaba instintivamente el pecho de su madre empezó a ordenar asesinatos.
No me digan que no les inspira ternura. Este anciano. Sin dientes. Con poca vista. Con el cuerpo ligeramente encorvado. La piel flácida. Y un resto de orgullo; camisa y chaqueta impolutas sobre un cuerpo decrépito.
No me digan que no les inspira ternura. Un anciano de esos que nos dan una pena inmensa al verlos solos en los geriátricos, sin familiares que los visiten, abandonados como un elefante camino al cementerio. Sólo le queda morirse.
Este hombre, hace muchos años, fue también un bebé. Y también inspiró una inmensa y profunda ternura en la gente que lo sostuvo entre sus brazos. Los imaginamos llenándolo de besos y mordiéndole los cachetes en gestos instintivos de amor. Imaginamos también sus primeros gorgoteos, sus primeros pasos, su primera sonrisa.
Lo que no podemos imaginar es cuándo empezaron a torcerse las cosas. Cuándo ese bebé amoroso se convirtió en uno de los asesinos más sanguinarios de la historia. Cuándo esa boca que buscaba instintivamente el pecho de su madre empezó a ordenar asesinatos. Uno tras otro, hasta exterminar a dos millones de personas.
Porque este anciano adorable acaba de ser condenado a cadena perpetua por crímenes contra la Humanidad. En cuatro años, Khieu Samphan y Nuon Chea terminaron con la vida de uno de cada cuatro camboyanos, durante el régimen de terror de los Jemeres Rojos. Destrozaron a todo un país, que, aún hoy, sigue pagando las consecuencias afectivas, sociales y económicas. Llevaron el terror hasta sus límites más extremos.
Estos ancianos. Que tanta ternura nos inspiran.