Más y más islam frente a Occidente
El Estado Islámico, que con una crueldad bestial ha acabado con ancianos, mujeres y niños en un territorio ya mucho más grande que España, entre Siria e Irak, ya supone el más importante elemento de desequilibrio geoestratégico en Oriente Medio desde los años 40.
El Estado Islámico, que con una crueldad bestial ha acabado con ancianos, mujeres y niños en un territorio ya mucho más grande que España, entre Siria e Irak, ya supone el más importante elemento de desequilibrio geoestratégico en Oriente Medio desde los años 40.
El juego ambivalente de Arabia Saudí entre Occidente y el integrismo islámico ha sido desde la II Guerra Mundial un componente perturbador de toda la política occidental en Próximo y Medio Oriente, una muestra de la hipocresía que empapa tantas facetas de las relaciones internacionales. Y esa hipocresía acaba desembocando en momentos trágicos protagonizados por personajes tremendos, nacidos de decenios de esa ambivalencia: verbigracia, Osama bin Laden, el joven y mimado millonario saudí convertido en terrorista, o en el alfanje vengador del islam más radical frente a la degeneración occidental, infiel y cristiana.
Pero, siendo lo que es el wahabismo, sabiendo todo lo que sabemos del aliento de los petrodólares al irredentismo musulmán que pretende acabar con la cultura occidental, al final el mayor desafío real, comprobable sobre el terreno, con un impacto cien veces mayor que el de aquellos aviones sobre las Torres Gemelas, ha sido alimentado por la rebelión contra un régimen despótico muy poco amigo de las democracias occidentales y, en cambio, mimado por la URSS primero y por Putin hoy: el de Siria.
El Estado Islámico, que con una crueldad bestial ha acabado con ancianos, mujeres y niños en un territorio ya mucho más grande que España, entre Siria e Irak, ya supone el más importante elemento de desequilibrio geoestratégico en Oriente Medio desde los años 40. Cada vez más radicales, las ‘primaveras árabes’ han cristalizado finalmente en este monstruo asesino que Occidente, con tantos frentes abiertos –el neoimperialismo del zar Putin a la cabeza–? y con un liderazgo tan débil como el actual en Estados Unidos y Europa, no hace sino contemplar, aturdido, sin saber bien qué hacer. Y está claro que, con la plebiscitaria elección de Recep Tayyip Erdogan como presidente de Turquía, el más moderno de los países musulmanes envía una señal clara al mundo: sus ciudadanos quieren más islamismo y menos modernidad. La balanza se inclina decisivamente contra nosotros.