El carnaval de Notting Hill
Durante el último fin de semana de agosto, el Notting Hill londinense es Río de Janeiro pasado por el Támesis. Si me ven bailando salsa en alguna terraza con una pinta de cerveza a medio terminar en la mano, no duden, si son tan amables, en invitarme a otra.
Durante el último fin de semana de agosto, el Notting Hill londinense es Río de Janeiro pasado por el Támesis. Si me ven bailando salsa en alguna terraza con una pinta de cerveza a medio terminar en la mano, no duden, si son tan amables, en invitarme a otra.
Hay una mujer de Barbados que baila al ritmo de yembes. Sus pies apenas se posan en el suelo. Del tobillo derecho cuelga una ajorca dorada de perlas azules. Sus piernas de carnes apretadas y macizas parecen creadas para la samba. Sus caderas son como meandros por los que desciende el sudor que viene de allá arriba, de las montanas de sus pechos, y da a la piel una luminosidad oleosa. Es un cuerpo mulato rebosante de curvas, de apabullante sensualidad, que contrasta con el fondo de sobriedad y rectitud de las fachadas blancas de las casas victorianas. Tras ese cuerpo vienen otros miles, todos engalanados con plumas y ropajes de colores, todos danzando al compás de la música caribeña. En una esquina de ‘Portobello Road’, unos jamaicanos cocinan pollo a la brasa, y el aroma de jengibre y tomillo se pasea por el Kensington de Londres como otra comparsa más.
Durante el último fin de semana de agosto, el Notting Hill londinense es Río de Janeiro pasado por el Támesis. En los últimos años, este carnaval ha pasado a ser el mayor del mundo por detrás solo del de Brasil. Lo que empezó tímidamente hace más de sesenta años como una respuesta a la violencia racista en el Londres de la posguerra, se ha convertido ahora en la gran celebración de la diversidad que es la capital inglesa. La fiesta lo inunda todo con sus bailes provocadores, con sus músicas y con sus comidas de todas partes, y la carga política e ideológica de antaño hace tiempo que desapareció, afortunadamente. A todos aquellos que se acerquen hasta las estrechas calles señoriales de Notting Hill a disfrutar del espectáculo, si me ven bailando salsa en alguna terraza con una pinta de cerveza a medio terminar en la mano, no duden, si son tan amables, en invitarme a otra.