Cuando te agarras a la pretemporada
Una copa de ésas de pretemporada ganada, y la otra por disputar a partir de dentro de unas horas, contra el Atlético. De nuevo se discute la portería, y se alaba a Kroos, se espera algo más de James, se hacen cábalas con Di María…
Una copa de ésas de pretemporada ganada, y la otra por disputar a partir de dentro de unas horas, contra el Atlético. De nuevo se discute la portería, y se alaba a Kroos, se espera algo más de James, se hacen cábalas con Di María…
Una copa de ésas de pretemporada ganada, y la otra por disputar a partir de dentro de unas horas, contra el Atlético. De nuevo se discute la portería, y se alaba a Kroos, se espera algo más de James, se hacen cábalas con Di María… Es una pretemporada muy animada y esperanzada ésta que viven los seguidores de un Real Madrid con la obsesión de la Décima al fin resuelta, y que a veces –hace unos meses contra el Bayern, hace unos días contra el Sevilla– da indicios de poder alcanzar ese nivel de juego electrizante que, algo magnificado por la memoria forofa, fue el de los más gloriosos momentos de la historia de su equipo: el de las cinco copas que sólo recordamos los ancianos, el de la Quinta del Buitre, el de Zidane y Figo… Luego vienen un Celta o una Fiorentina a desinflar un poco el globo, pero pronto alza el vuelo de nuevo. Florentino y sus millones se aseguran de ello.
En este verano, en el que el forzado optimismo gubernamental apenas disimula la conciencia que tiene la gente de que para la economía de los ciudadanos de la calle no ha llegado ninguna recuperación, el fútbol nos parece desempeñar un papel todavía un poco más preponderante que en años pasados. Hay escasez, hay angustia por el futuro, y te agarras al Madrid –o al Atleti, o al Barça– con la misma obsesiva búsqueda de evasión y consuelo que nuestros padres en la España gris de hace seis decenios.
Para unos cuantos –no tan pocos–? seguidores del Madrid hay una diferencia negativa en 2014: la sección de baloncesto, tan gloriosa y arraigada como su hermana mayor, subía entonces un peldaño cada año porque en el club estaba un Raimundo Saporta decidido a crear un equipo campeón. Ahora se soporta el baloncesto para compensar los malos momentos del fútbol pero, al primer traspié en el camino hacia los grandes títulos, se le da la espalda con exasperación. Ay, Raimundo, cómo te echamos de menos…