El último beso
Nadie sabe cuando va a morir. Tenemos una fecha predestinada, pero no sabemos cómo ni cuándo se dará. Puede que sea en el momento menos esperado, haciendo algo que nos gusta o incluso en el mejor momento de nuestra vida.
Nadie sabe cuando va a morir. Tenemos una fecha predestinada, pero no sabemos cómo ni cuándo se dará. Puede que sea en el momento menos esperado, haciendo algo que nos gusta o incluso en el mejor momento de nuestra vida.
Nadie sabe cuando va a morir. Tenemos una fecha predestinada, pero no sabemos cómo ni cuándo se dará. Puede que sea en el momento menos esperado, haciendo algo que nos gusta o incluso en el mejor momento de nuestra vida. Quién sabe.
Te despiertas una mañana en el hospital acompañando a tu mujer que acaba de dar a luz. A dos pasos tienes a tu hijo, dormido en la cuna que le ha proporcionado la clínica. Un sentimiento de felicidad extrema recorre todo tu cuerpo y los ojos vidriosos hacen que empieces a ver borroso aquello que más quieres en el mundo. Tu hijo. Al que le has dado la vida. Algo parecido debió sentir el jugador camerunés Albert Ebossé la mañana del sábado. Supongo que iría a trabajar con una sonrisa que era incapaz de quitar. Pero su hora había llegado. Su momento era ese. El día más feliz de su vida le arrebataría la vida. Valga la redundancia.
El futbolista jugaba en un equipo Argelino, el JS Kabylie, más conocido como el JSK. Una pedrada alcanzó la cabeza del delantero provocándole un traumatismo craneoencefálico. Murió de camino al hospital. La piedra venía directa de las gradas de los hinchas de su equipo. Saber perder es difícil, y lanzar piedras muy fácil. Pero ¿perder un partido es motivo suficiente como para apedrear a una persona?
Esa misma mañana Albert Ebossé se despidió de su hijo con un beso en la frente, quizá en la mejilla. Pensaba que más tarde volvería a abrazarle, pero no fue así. Ese niño recibió el último beso de su padre aquella mañana.