Mirar para otro lado
Cualquier abuso sexual es atroz, suceda donde suceda. Pero adivino que el caso de Rotherham debe serlo especialmente, porque cuando se añade un calificativo a un hecho que no lo necesita quiero pensar que es más repugnante.
Cualquier abuso sexual es atroz, suceda donde suceda. Pero adivino que el caso de Rotherham debe serlo especialmente, porque cuando se añade un calificativo a un hecho que no lo necesita quiero pensar que es más repugnante.
Escribo estas líneas desde Phnom Penh, capital de Camboya, uno de los países donde se producen más abusos sexuales y de todo tipo de menores de edad. Estoy con mi equipo de Cuerdos de Atar trabajando en el asunto con organizaciones como PSE (Por la Sonrisa de un Niño). Observo la imagen de Cristopher Furlong, esa cinta para impedir el paso de curiosos, leo la noticia, y el alma no se me encoge más porque no es ya posible.
Cualquier abuso sexual es atroz, suceda donde suceda. Pero adivino que el caso de Rotherham debe serlo especialmente, porque cuando se añade un calificativo a un hecho que no lo necesita quiero pensar que es más repugnante. No necesito detalles, porque los imagino. Es igual la nacionalidad. Y el hecho de que algunas autoridades conocieran el caso y se limitaran a no hacer nada, sea por el motivo que sea, añade un plus de gravedad a un hecho que difícilmente puede ser más grave. Me pregunto: si los abusados hubieran sido los hijos de esos funcionarios, ¿también habrían hecho la vista gorda? Y no, tengo claro que no.
No caben excusas. Pero la realidad, la cruda y desesperante realidad, es que en nuestro repugnante primer mundo solo ocasionalmente, y en muchos casos para lavar conciencias, se presta atención a estos abusos. Porque normalmente los abusados son menores de países poblados por Los Nadie de Galeano, de los que no me canso de escribir. Y solo cuando algunos se enteran de que también se abusa de los nuestros ponemos el grito en el cielo. Pero bajito. Porque muchos de los pederastas salen de la placidez de los países desarrollados para abusar de los más desfavorecidos, lo cual añade repulsa a la barbarie.
Y no me vengan con lo de que son enfermos. Puede que lo sean, pero saben lo que hacen, son conscientes del daño que generan, casi siempre para toda la vida. Y a pesar de ello lo hacen. No hay cinta policial suficiente para acabar con ellos, para impedir su paso. Pero si todos nos tomáramos este asunto muy en serio el problema sería menor. Lo que sucede es que hasta que no nos toca cerca es más cómodo mirar para otro lado. Pero no se crean. Sucede también en casa del vecino, pero probablemente nunca nos enteremos. Que asco.