Violaciones multiculturales
Dice Juan Luis Cebrián que la Reconquista fue un horror, que la bárbara intolerancia de los cristianos del norte de España frustró el nacimiento de una nueva civilización, algo así como un edén mediterráneo, multicultural y sincretista.
Dice Juan Luis Cebrián que la Reconquista fue un horror, que la bárbara intolerancia de los cristianos del norte de España frustró el nacimiento de una nueva civilización, algo así como un edén mediterráneo, multicultural y sincretista.
Dice Juan Luis Cebrián que la Reconquista fue un horror, que la bárbara intolerancia de los cristianos del norte de España frustró el nacimiento de una nueva civilización, algo así como un edén mediterráneo, multicultural y sincretista. El sorprendente académico no está haciendo un análisis intelectual, sino ideológico, porque desde que se derrumbó el Muro el progresismo está huérfano de utopías, y necesita anunciar un nuevo paraíso, una nueva excusa, otra promesa de mil años de paz que reclame, para su consecución, esa naturaleza totalitaria a la que nunca han renunciado.
La nueva zanahoria se llama multiculturalismo, alianza de civilizaciones, o cualquier eufemismo similar que diluya las verdades nuestras -el arco de medio punto, el Quijote y el pentagrama- y las ponga la mismo nivel de las hordas bárbaras. En realidad eno es más que un vicio viejo de las élites decadentes, una faceta suicida del esnobismo. Ahítos de poder y de confort material, habiendo roto definitivamente con las raíces propias, los niños (y niñas) de papa (y de mamá) hablan maravillas de la espiritualidad hindú o de los baños turcos, y en esas memeces sucumben desde el actor hollywoodiense hasta el cultureta de pañuelo palestino y foto de Gaza en su WhatsApp, pasando por los académicos o los escritores de verdad, que están fabricando el rostro de la bestia al describir prósperas convivencias culturales que en realidad nunca existieron.
Porque la multiculturalidad no es una fiesta exótica de millonarios de todas las razas, ni el puesto de kebabs de la esquina, sino el exterminio de los cristianos y otras minorías, las ablaciones en Melilla, el conflicto eterno de Oriente Medio, y Siria, y los arrabales de París, que son el frente de juventudes del califato. Ahora, también, las violaciones en masa en mitad de la campiña inglesa, que no se denunciaron por complejo de inferioridad y por vocación sumisa, o sea, por no parecer racistas.
El multiculturalismo es, en fin, la nueva mutación del virus antioccidental, fabricado -como todos los anteriores-, por élites aburridas y nihilistas, las que utilizan el palacete del abuelo para hacer una rave y mostrarla en selfies, o ejercen de viejos sultanes en la Moraleja.