El mito de la Naturaleza
No hay ningún programa, ninguna voluntad, ni unidad entre los llamados fenómenos naturales; al menos no una unidad armoniosa, que nos recuerda al Jardín del Edén y las profecías de Isaías. La materia es pluralidad radical y discontinua.
No hay ningún programa, ninguna voluntad, ni unidad entre los llamados fenómenos naturales; al menos no una unidad armoniosa, que nos recuerda al Jardín del Edén y las profecías de Isaías. La materia es pluralidad radical y discontinua.
Acontecimientos sin duda espectaculares e incluso bellos –haciendo abstracción de los daños materiales que provocan- como es la erupción del volcán Tungurahua, suelen dar pábulo a comentarios periodísticos en los que destaca casi siempre la idea metafísica de Naturaleza. Muchos de estos comentarios tienden a utilizar la figura de la prosopopeya para referirse a la Tierra, a la que se le atribuyen propiedades puramente antrópicas. “Ruge la Tierra”, “la violencia de la Naturaleza”, “el volcán despierta”, etc.
La licencia poética empero, suele llevar a confusión y en muchas ocasiones alimenta teorías extravagantes como la Hipótesis Gaia o las peregrinas explicaciones del presidente de Bolivia para el maremoto que asoló Japón en 2011. En todas ellas yace el mito de la Naturaleza, la Madre Naturaleza, a la que se sustantiva y se opone a la Cultura, otro mito confuso y oscurantista.
La idea de que la Naturaleza es sustancia y que tiene “vida propia”, una especie de “conciencia” que la hace “despertar”, e incluso “defenderse” del “virus de los humanos”, está más o menos implantada en la cabeza de no pocos individuos, ya sean ecologistas, conservacionistas, animalistas, etc. Pero no sólo estos, pues personas vinculadas a otras profesiones e ideologías, hablan de “regresar a la Naturaleza” cuando deciden pasar el fin de semana en el monte o en alguna cabaña en el bosque (cabaña con calefacción y electricidad, que para eso están también en la “Naturaleza”).
No hay ningún programa, ninguna voluntad, ni unidad entre los llamados fenómenos naturales; al menos no una unidad armoniosa, que nos recuerda al Jardín del Edén y las profecías de Isaías. La materia es pluralidad radical y discontinua. La erupción del Tungurahua no es manifestación de ningún ente metafísico, sino el producto de los movimientos de la inestable corteza terrestre.