Obsolescencia infundada
Se ha conseguido que seamos nosotros mismos quienes dejemos de utilizar lo que acabamos de comprar. Pasados de moda. Y que, por supuesto, nos tengamos que mover hasta la tienda una vez más a renovar el vestuario. Una genialidad.
Se ha conseguido que seamos nosotros mismos quienes dejemos de utilizar lo que acabamos de comprar. Pasados de moda. Y que, por supuesto, nos tengamos que mover hasta la tienda una vez más a renovar el vestuario. Una genialidad.
Nunca me ha gustado la moda ni creo que me vaya a gustar. Digo ‘creo’ porque cabe la posibilidad de que algún día una modelo rusa de dos metros se enamore locamente de mí y me toque acercarme a su mundillo, qué remedio. Pero hasta entones ese concepto me seguirá dando repelús.
Nueva colección. Prisas. Carreras. Gritos. Música anodina. Precios. Rebajas. Novios-perchero. Colas. Tallas que nunca se pondrán de acuerdo. En definitiva, sudores fríos. Gélidos. Sin embargo, la moda cambia, y eso me empuja a tener que lidiar con mi generoso culo otro otoño, invierno, primavera o verano más. A por lo último.
Ridícula y eficaz, la moda es la evolución de la obsolescencia programada. No es que se nos venda algo que al de unos meses será inservible, no. Es mucho mejor. Se ha conseguido que seamos nosotros mismos quienes dejemos de utilizar lo que acabamos de comprar. Pasados de moda. Y que, por supuesto, nos tengamos que mover hasta la tienda una vez más a renovar el vestuario. Una genialidad.
Un tipejo me cuenta, en mi salón, que ahora el azul es una ordinariez que ya no se lleva, que mejor me ponga una camisa con miles de Mickey Mouse. Prendas que hace días eran chic, hoy son choni. El jersey del fondo del armario sigue siendo igual. Lo que cambia con cada ‘temporada’ es el mensaje que nos llega. Publicidad, revistas, mujeres hechas de Photoshop, televisión, internet, ‘expertos en moda’. Bombardeo. Implacable. Otro discurso repetido y otra necesidad muy real. Otra gran tradición.