Natura
Voy paseando por la calle hacia mi casa y como lleva sucediendo desde hace veinte años, una cortina azul me acompaña en cada paso que doy. Su tonalidad varía por horas, pero siempre presenta el mismo poderío.
Voy paseando por la calle hacia mi casa y como lleva sucediendo desde hace veinte años, una cortina azul me acompaña en cada paso que doy. Su tonalidad varía por horas, pero siempre presenta el mismo poderío.
Voy paseando por la calle hacia mi casa y como lleva sucediendo desde hace veinte años, una cortina azul me acompaña en cada paso que doy. Su tonalidad varía por horas, pero siempre presenta el mismo poderío.
Distintos paseos por diferentes caminos de este planeta observando al cielo y me sigo sorprendiendo día a día. Mi ángel de la guarda. No os adelantéis, este no es un subjetivo sobre dioses o creencias religiosas, este subjetivo va sobre la fastuosidad de la naturaleza. Deleitarnos con paisajes, cielos, lugares increíbles… que ni mil hombres en mil años serían capaces de crear. Y no porque no se llegará a inventar una tecnología capaz de levantar el rascacielos más alto jamás imaginado o a construir el lago artificial más grande del planeta sino porque, desgraciadamente, la naturaleza es sabía mientras nosotros los hombres solo intentamos (algunos, que no todos) salpicarnos de un conocimiento que nos explique y nos ayude a entender este mundo.
Pero si es capaz de lo mejor, también puede traer consigo lo peor. Su fuerza llega a provocar el caos, el drama y el desorden. Ningún ser humano puede frenar un terremoto, un tsunami o una inundación. Entonces nos preguntamos: ¿Cómo la naturaleza si es tan erudita crea auténticos horrores? Todos somos parte de la naturaleza y ella nos envuelve constituyendo un todo. Un todo que conforma belleza y caos. Por eso los hombres también somos capaces de lo mejor y de lo peor.
