Detrás de esa sonrisa
Todos los deportistas de élite son admirados, envidiados, venerados pero a veces se nos olvida lo que hay detrás. El éxito llega como consecuencia de un largo periodo de trabajo en el que, normalmente, no acompañan los ingresos.
Todos los deportistas de élite son admirados, envidiados, venerados pero a veces se nos olvida lo que hay detrás. El éxito llega como consecuencia de un largo periodo de trabajo en el que, normalmente, no acompañan los ingresos.
Sólo hay que mirar en sus ojos para comprobar que detrás de esa sonrisa hay una historia de superación que va más allá de lo meramente deportivo.
Dennis Kimetto nació hace 30 años en Kenia y aunque desde niño se veía su capacidad para el atletismo –ganaba todas las carreras escolares-, su prioridad era ayudar a su familia. Creció en una comunidad rural y le necesitaban para ayudar en la cría de ganado.
Comenzó a entrenar parte del día mientras que el resto lo dedicaba a trabajar en la granja, hasta que se planteó que quizá era realmente bueno en lo que hacía y que tal vez si entrenaba de verdad podría conseguir una mejor vida para su familia.
Y así lo hizo. Todos los deportistas de élite son admirados, envidiados, venerados… pero a veces se nos olvida lo que hay detrás. El éxito llega como consecuencia de un largo periodo de trabajo en el que, normalmente, no acompañan los ingresos. Por eso Dennis tuvo que convencer a su familia y apostarlo todo a una sola carta: si conseguía triunfar corriendo, las penurias acabarían. En sus propias palabras: “intento dar lo mejor de mí para poder atender a mi familia”.
Con su primer premio pagó sus tasas escolares, compró una casa para su gente, un coche y amplió el número de cabezas de ganado que tenían en la granja.
Ahora, tras mejorar en 26 segundos la anterior plusmarca en el Maratón de Berlín, Kimetto se embolsará una jugosa recompensa de unos 120.000 euros.
El keniano ha pasado de ser un granjero que lucha por subsistir a uno de los corredores más veloces del mundo. Tuvo paciencia y se dejó el alma en cada entrenamiento. Se arriesgó, sí, pero por suerte, la carta era ganadora.