La condena a Red Bull y la tiranía de los imbéciles
En este mundo a cuatro patas, como acertadamente ha diagnosticado Javier Benegas estos días, en el que preocupa más un perro que una persona, no extraña que la Justicia se mueva por cuestiones absurdas y las grandes causas sean esas macro denuncias contra grandes empresas y no precisamente por cuestiones graves, sino, seamos claros, por idioteces.
En este mundo a cuatro patas, como acertadamente ha diagnosticado Javier Benegas estos días, en el que preocupa más un perro que una persona, no extraña que la Justicia se mueva por cuestiones absurdas y las grandes causas sean esas macro denuncias contra grandes empresas y no precisamente por cuestiones graves, sino, seamos claros, por idioteces.
En este mundo a cuatro patas, como acertadamente ha diagnosticado Javier Benegas estos días, en el que preocupa más un perro que una persona, no extraña que la Justicia se mueva por cuestiones absurdas y las grandes causas sean esas macro denuncias contra grandes empresas y no precisamente por cuestiones graves, sino, seamos claros, por idioteces.
Red Bull ha sido condenada a pagar trece millones de dólares a sus clientes a razón de ocho euros, sí ocho por consumidor, porque su lema era engañoso y no producía mejoras físicas ni te daba alas… Ocho dólares pueden compensar un supuesto engaño y miles de personas se han movilizado por esta urgente cuestión.
Esto, además de constituir otro de los muchos síntomas de la enfermedad moral de esas sociedades que se dicen avanzadas, es causa del asentamiento de la tiranía de los imbéciles, como genialmente nos ha explicado en un libro reciente Carlos Prallong: se exige tanta seguridad, siempre imposible, que acabamos ahogando la libertad en un inmenso mar de regulaciones.
La cuestión es muy seria, porque se da la paradoja de que, quienes pretenden embridar a poderosos intereses mediante el aumento continuo de la regulación, en el fondo están entregándoles la mejor ventaja competitiva a esos que, en verdad, tienen el poder de influir en quienes diseñan la normativa… Porque en un mundo sin referencias morales, la ley suele ser la trampa y así es como quienes, ignorando la antropología elemental, están siendo cómplices de la implantación de la tiranía de todos, esto es, la de los imbéciles.