THE OBJECTIVE
Marta Garcia Bruno

El gigante que calla

Es el colmo de las contradicciones. Lo que para algunos es un modelo de negocio y de vida, para otros se asemeja bastante a la esclavitud.

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El gigante que calla

Es el colmo de las contradicciones. Lo que para algunos es un modelo de negocio y de vida, para otros se asemeja bastante a la esclavitud.

Es el colmo de las contradicciones. Lo que para algunos es un modelo de negocio y de vida, para otros se asemeja bastante a la esclavitud. Ellos hasta ahora no se daban demasiada cuenta, porque suele ocurrir que los problemas suelen verlos antes los de fuera. Llegaron las nuevas tecnologías, se abrieron el mundo y descubrieron que era demasiado frustrante tener una idea y ser incapaz de compartirla.

Y algunos, con el valor necesario para hacerse héroes, como el Nobel Mo Yan, que por cierto significa “No hables”, porque de pequeño se veía en la obligación de hablar en el campo muchas veces en la soledad, da un paso adelante. Y si no podía hacer con gestos, por qué no hacerlo con tinta. Con fábulas, surrealismo, critica lo que no le gusta de su país. Aunque no todo el mundo lo comprenda, ahí está el truco. La valentía sale tan cara en algunos países como acabar pasando las noches de luna llena detrás de unos fríos barrotes. Y todo por un poema.

El gigante asiático pierde fuelle económico, pero empieza a despertar en otras vertientes más interesantes. Y en España deberíamos esforzarnos en conocer mejor su cultura. Porque hay algo más que bazares y, en fin, el todo hecho allí. Si su mentalidad es cerrada es porque su país no les ha dejado hablar. Un país donde algunos viven con los mayores lujos, propio de “niños de papá”, mientras otros tienen que vivir hacinados en sótanos para reunir el dinero suficiente que poder mandar a sus familias. Las diferencias entre el campo y la ciudad son brutales, como en muchos otros países. Pero sorprendente en el paraíso de las exportaciones.

Para algunos envidia, para otros una lacra. China lo entrega todo en lo que le interesa. Pero ahora ya no es sólo Mo Yan el que se atreve a denunciarlo. Un pueblo harto de hablar demasiado bajo ha decidido escribir otra página de su historia, donde los personajes dejen de tener ese halo amargo. Y ya no lo hacen con poemas, sino con gestos.

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