THE OBJECTIVE
Daniel Ramirez Garcia-Mina

No hagas el mono con la verdad

Ben Bradlee escuchó por medio de Woodwart y Bernstein los susurros de Garganta Profunda. Lo hizo con cuidado, pero con los dientes afilados. Supervisó los ríos de tinta que ahogaron a Nixon. El periodista no tiene la verdad, pero la busca continuamente, y se obsesiona con ella.

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No hagas el mono con la verdad

Ben Bradlee escuchó por medio de Woodwart y Bernstein los susurros de Garganta Profunda. Lo hizo con cuidado, pero con los dientes afilados. Supervisó los ríos de tinta que ahogaron a Nixon. El periodista no tiene la verdad, pero la busca continuamente, y se obsesiona con ella.

Ben Bradlee escuchó por medio de Woodwart y Bernstein los susurros de Garganta Profunda. Lo hizo con cuidado, pero con los dientes afilados. Supervisó los ríos de tinta que ahogaron a Nixon. El periodista no tiene la verdad, pero la busca continuamente, y se obsesiona con ella. “No hagas el mono con la verdad”, solía decir este director del Washington Post. Muchos directores sueñan ahora con aquella vieja redacción del Post. Imaginan su periódico convertido en ese conjunto de trepidantes máquinas de escribir, envueltas en nubes de tabaco, y acompañadas por vasos de whisky.

Bradlee tenía autoridad para pontificar. Tenía una carta blanca casi infinita, firmada con la sangre política del presidente Nixon, un sello irrefutable. Pero no teorizaba, no utilizaba la tercera persona del imperativo. En la década de los ochenta, dos profesores de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra tuvieron la oportunidad de pasear por aquella redacción, de preguntar a Bradlee. “¿Qué haría para enseñar mejor a los futuros periodistas?”. “Que lean toda la obra de Shakespeare”. El director del Post contaba que Shakespeare hablaba desde el corazón humano, de envidias y halagos, de filias y fobias, de amor y odio, de penas y alegrías. La pluma de Sir William había escrito todo lo que necesita el hombre para comprender al propio hombre.

Porque Bradlee dedicó su vida a la verdad, como decía él, “a intentar ser un hombre honesto”. Ya muy mayor, con el pelo canoso, mirada profunda, y sonrisa irónica, abría su corazón en una entrevista, y narraba el viaje que le obligaba a dejar su casa. El Post era su hogar porque solo trabajó en dos sitios distintos durante su dilatada carrera. Guardaba enmarcado el primer artículo que escribió, cuando todavía era el chico de los recados.

“¿Temes a la muerte”?, le preguntan. “No, ¿cómo iba a temerla? ¡Ya sé que voy a morir”. “¿Crees en Dios?”. “Creo que existe una fuerza del bien, a la que se le llama de cien maneras distintas, creo en esa fuerza. Si no lo hiciera, no podría intentar buscar la verdad”. “¿Cómo le gustaría ser recordado?” “Como un hombre que intentó vivir lo más cerca que pudo de la verdad”.

Ahí estaba Bradlee, aquel gran periodista, que no tenía la verdad, que la buscaba, que estaba obsesionado con ella. Su trabajo era simple, pero enrevesado. Por eso siempre decía: “No hagas el mono con la verdad”.

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