El auténtico poder
Pregunto a mis asesores qué es el poder. Uno me contesta: «una ambición». Otro: » la capacidad de manipular a los demás a tu antojo». Otro: «no lo sé». Otro: «hay quien lo confunde con tener vía libre para todo».
Pregunto a mis asesores qué es el poder. Uno me contesta: «una ambición». Otro: » la capacidad de manipular a los demás a tu antojo». Otro: «no lo sé». Otro: «hay quien lo confunde con tener vía libre para todo».
Yo no he tenido nunca poder.
Pregunto a mis asesores qué es el poder. Uno me contesta: «una ambición». Otro: » la capacidad de manipular a los demás a tu antojo». Otro: «no lo sé». Otro: «hay quien lo confunde con tener vía libre para todo».
Voy al diccionario. Me encuentro con muchas definiciones. Pero como leo que a Campaore, presidente de Burkina Faso, le gusta el poder, me quedo con la definición que me parece más adecuada: «poder absoluto = despotismo».
20 años con poder debe hacer que ya no te acuerdes de cuando no lo tenías. Y que, sólo pensar que te vas a ir a casa y no vas a poder dar una orden a nadie y, si te descuidas, te la van a dar a ti -«no pongas los pies encima de la silla, que la rayas; límpiate la boca con la servilleta y no con la manga, etc.»-, se te revuelve el estómago.
Un taxista, asombrado ante cosas que se ven por ahí, me dice que no comprende para qué quieren más dinero esos que ya tienen mucho. Que, a primera vista, no comprende qué diferencia hay entre tener 3.500 millones de euros y tener 4.200. Que debe ser por el
poder. De ahí deduzco que el taxista también piensa en lo de la vía libre para hacer todo tipo de despropósitos. Y supone que con 4.200 millones se pueden hacer más despropósitos que con 3.500, poniendo, además, cara de «yo hago esto porque puedo; ¿pasa algo?»
No conozco a Campaore. Nació en 1951 y es militar. No coincidimos en el colegio ni en la carrera, y, además, es mucho más joven que yo. Pero le gusta el poder y piensa que, ya que lleva 20 años mandando ¿por qué no mandar 27?. Para eso hay que cambiar la Constitución. Pues se cambia y no pasa nada, aunque se manifieste mucha gente porque el despotismo no les gusta. Nunca llueve a gusto de todos.
En Burkina Faso, en Rimkietá, un barrio de la capital, Ouagadogou, unos amigos míos han montado una fundación que ayuda a la gente de allí. De vez en cuando me mandan informes de lo que hacen, con cuatro perras. Estos no quieren que les reelijan, porque se quedan allí para siempre. No tienen mucho dinero. Más bien, muy poco.
Pero cuando veo las fotos de los chavalicos de Rimkietá, mirándoles arrobados y agradecidos, pienso que mis amigos tienen poder, del de verdad. Del que, en otra definición, la Real Academia dice que es «la capacidad de hacer determinada cosa».
Y si esa cosa es buena, muy buena, y si estos amigos míos se están dejando allí su salud y su dinero, tengo que decirle al pobre Campaore: «Blaise, mientras tú pierdes el tiempo intentando agarrarte a la silla, hay personas en tu país que están haciendo mucho bien».
Sin cambiar la Constitución.