Yo no quiero flores
Yo no voy al cementerio. No me gusta, no lo soporto. El ambiente tétrico y la idea de que uno de mis seres queridos yace en un agujero no son cosas que me hagan feliz.
Yo no voy al cementerio. No me gusta, no lo soporto. El ambiente tétrico y la idea de que uno de mis seres queridos yace en un agujero no son cosas que me hagan feliz.
El 1 de noviembre es de esos días marcados a fuego en el calendario. La jornada se reserva para visitar a nuestros difuntos y llenar de flores los nichos de las personas a las que hemos perdido. Cada país lo vive de una manera distinta, y aunque las conmemoraciones sudamericanas poco tienen que ver con las de España, el fin es el mismo.
Yo no voy al cementerio. No me gusta, no lo soporto. El ambiente tétrico y la idea de que uno de mis seres queridos yace en un agujero no son cosas que me hagan feliz. Para algunos es una necesidad seguir visitando a sus muertos y entiendo que, en cierta manera, es una forma de mantenerlos cerca. Pero para otros no. La madre de mi mejor amigo murió cuando teníamos 11 años. La semana pasada, cuando él celebraba su 30 cumpleaños, me confesó que sólo había ido dos veces al cementerio desde que la perdió. Eso no significa que no la quisiera, que no la recuerde o que ya no sienta su ausencia. Hay muchas formas de echar de menos a alguien, y llevarle flores a la tumba no es la única.
Ayer salí al balcón y vi a una viejecita sentándose en un banco de la avenida. Estaba sola. “¿Tendrá familia?” me pregunté. Quise creer que no, sino no entiendo porqué pasaba un día festivo en soledad. En vez se llevarles flores cuando ya no estén, deberíamos mostrarles el cariño en vida. El cementerio está lleno de ramos cargados de culpa y remordimiento por no haber sabido hacerlo a tiempo. Así que lo dejo dicho para los que vengan tras de mí: cuando muera, yo no quiero flores. Prefiero un abrazo sincero estando viva que miles de rosas sobre mi tumba cuando ya no esté.