Low Cost

Su muerte retransmitida globalmente. Él, que fue allí sólo a informar, a fotografiar, a trabajar, en definitiva, por un sueldo nada llamativo, va a pasar a la historia, no por su trabajo, sino por formar parte de un espectáculo, de una moda.

Ya es una moda. Un hombre va ser asesinado, degollado, delante de un tipo que le graba con un móvil. Uno piensa en qué fácil es todo, qué sencillo desaparecer de este mundo, dejar esta vida delante de todos. Su muerte retransmitida globalmente. Él, que fue allí sólo a informar, a fotografiar, a trabajar, en definitiva, por un sueldo nada llamativo, va a pasar a la historia, no por su trabajo, sino por formar parte de un espectáculo, de una moda. Maldita moda.

El otro espera a que el del teléfono esté preparado para grabar.

El asesino perdido en el más recóndito lugar del desierto más inhóspito sabe de qué va esto. Mata, pero ponlo en un vídeo. Y súbelo. Todos estarán tentados de pincharlo. Muchísimos lo harán. El exhibicionismo del primer mundo ha ido contagiando al resto. El móvil sirve para llamar, pero ya se ha visto que tiene usos más interesantes. El éxito del asesino y de su intención propagandística queda claro: mato, luego existo. Mato y difundo barato.

No habíamos visto nunca un avión chocando contra un edificio y fueron dos en la misma mañana. No había selfies por entonces, pero nuestro mundo giró por completo tras aquel hecho, el concepto de seguridad se desvaneció gracias a que Mohamed Atta y sus colegas consiguieron subir al avión un cutter de dos dólares.

Hasta hace no mucho tiempo, también fue fácil eliminar a grandes dirigentes. Una daga, una flecha, un poco de veneno, una pistolita, para hacer cambiar el rumbo de un imperio, de un país. Como hoy eso resulta muy complicado, los nuevos asesinos han cambiado de principios: los indefensos primero. Y retransmitido ¿quién da más?

El mal low cost tiene un rendimiento insuperable, porque además de valer cualquiera para protagonizar la escena, el espectáculo está garantizado.