De elefantes y jaguares
El elefante en el hemiciclo era tan grande y tan ruidoso que poco pudimos escuchar de las propuestas del presidente, que prefirió ignorarlo y seguir con su blablablá, monótono y cansino.
El elefante en el hemiciclo era tan grande y tan ruidoso que poco pudimos escuchar de las propuestas del presidente, que prefirió ignorarlo y seguir con su blablablá, monótono y cansino.
El día después de dejar caer a Ana Mato, el Presidente Mariano Rajoy se presentó en el Congreso de los diputados a hablar de corrupción. Subió a la tribuna vestido de traje azul y corbata a juego, sin duda asesorado por alguno de esos zascandiles que le rodean allá a donde va, héroes de la comunicación institucional. Habló tres cuartos de hora, leyendo sus papeles de recetas mágicas para acabar con los chorizos en las instituciones, pero ni una sola vez mencionó a la ministra que había cesado unas horas antes. Era la ejemplificación perfecta de eso que los ingleses llaman ‘the elephant in the room’. El elefante en el hemiciclo era tan grande y tan ruidoso que poco pudimos escuchar de las propuestas del presidente, que prefirió ignorarlo y seguir con su blablablá, monótono y cansino. Yo me imagino que en casa de Mato el elefante no era tal elefante, sino un Jaguar en el garaje, payasos carísimos y confetis en miles de euros. Se ve que huir y esquivar los problemas es política de partido.
Nunca sabremos qué hubiera pasado si en esta ocasión Rajoy, en vez de hacernos tragar esos discursos tan insípidos contra la corrupción a los que nos tiene acostumbrados, en vez de propuestas improvisadas que no van más allá de ayudar a podar esas ramitas que sobresalen cuando lo que hay que hacer es talar el dichoso árbol de una vez por todas, en vez de salir a proteger a los suyos sorteando elefantes y jaguares, se hubiera presentado ante nosotros contrito y humillado, con la voluntad real del servidor público que debe y quiere hacer las cosas bien, que quiere terminantemente sacar sus manos pegajosas de los organismos judiciales, hacerlos de verdad independientes, y dar poder a los que en definitiva deben controlar el poder, la única solución real contra la corrupción. Nunca lo sabremos, desgraciadamente, en esta enésima ocasión perdida para la democracia española.