La incombustible
Seguro que Ángela Merkel se acordó una vez más en Colonia de la primera vez, cuando sí tenía un mar de dudas, allí en Hamburgo en el primer congreso después de la unificación de Alemania.
Seguro que Ángela Merkel se acordó una vez más en Colonia de la primera vez, cuando sí tenía un mar de dudas, allí en Hamburgo en el primer congreso después de la unificación de Alemania.
Fue un resultado búlgaro, aunque muy limpio y lógico, ese 96,7% con el que fue reelegida como presidenta de la Unión Cristianodemócrata (CDU). Y van ocho. El Congreso de Colonia de la CDU tuvo algunas cuestiones a debatir pero desde luego la jefatura del partido no estaba entre ellas. Seguro que Ángela Merkel se acordó una vez más en Colonia de la primera vez, cuando sí tenía un mar de dudas, allí en Hamburgo en el primer congreso después de la unificación de Alemania. Fíjense lo que se fiaba el viejo Helmut Kohl de ella que, antes de que subiera al estrado, el excanciller le recomendó a la joven que, para dar una buena impresión, hablara mucho de su vida y muy poco de política. A lo tonto, entonces ya había neutralizado a todos los expertos y duchos delfines de la CDU que llevaban años luchando por suceder a Kohl. Hoy aquella alemana oriental inexperta, es la una de las grandes figuras históricas de la Alemania moderna democrática, con Konrad Adenauer, Willy Brandt y Helmut Kohl.
La canciller ha marcado ya una era en Alemania y una forma de afrontar los problemas que la inmensa mayoría de los alemanes aprueban, también muchos que jamás la votaron por lealtad a otros partidos. Su política habitual de desdramatizar los problemas e integrar al máximo a todos en las soluciones han hecho de la política alemana una actividad en general terriblemente previsible. Y muy escasa en sobresaltos. La mayoría lo aplaude. Sus críticos por el contrario creen que su tendencia al consenso es excesiva y que la sociedad, acostumbrada a buenas noticias o más bien a la ausencia de noticias, no ejerce la necesaria presión para unas reformas y cambios necesarios para que las malas noticias no lleguen. Y todos coinciden en que Merkel no tiene intención de adelantarse en cambios que no exija la actualidad. A los alemanes le va bien. De 8o millones, 43 trabajan. Las cuentas se han ido saneando. Los habitantes de Merkelandia no ven ningún problema agudo que pueda recomendar cambiar de política.
¿Una balsa de aceite por tanto? Tampoco. Angela Merkel lo ha dejado claro en su discurso en Colonia. Ahí está la política exterior como un gravísimo reto. Y Merkel se ha erigido ya, en contra de su carácter pero movida por la convicción y la percepción del peligro, en la principal voz que advierte contra la amenaza inmediata y grave que supone la política de Vladimir Putin. Por primera vez desde la guerra fría, Europa, sus fronteras, su estabilidad y sus libertades están en peligro, porque en Moscú ha cristalizado bajo Putin un régimen caudillista de vocación expansionista. Decidido a crear hechos consumados por medio de la intimidación y la fuerza. Merkel ha adoptado una posición muy clara y firme. En contra de gran parte de la opinión pública alemana que con su pacifismo ideológico forjado desde 1945 y su empatía romántica por Rusia, tienen siempre tentación de ceder ante presiones de Moscú. Merkel ha impuesto una línea firme en las sanciones contra Rusia por las invasiones en Ucrania y la anexión de Crimea que está ya haciendo grave daño a Putin y su régimen. Agravado ademas con la caída del precio del crudo. La canciller sabe que si Putin no ve una respuesta contundente de Occidente, puede verse tentado a una escalada bélica en Europa oriental con resultados imprevisibles, pero siempre catastróficos. Ella ha asumido también en esto el liderazgo en la UE. El otro gran reto es el peligro de que la izquierda alemana. El ensayo tripartito de izquierdas de Thuringia revela que el SPD ya ha roto el tabú de gobernar con los neocomunistas de Die Linke. Es cuestión de tiempo que lo intenten en la política nacional. Para entonces veremos dónde está Merkel. Porque unos dicen que está claro que se va antes de que termine la legislatura en 2017. Otros dicen que no se va hasta 2017. Y los hay que dicen que ahí estará cuatro años más y quien sabe. Lo que sí está claro para todos los que la conocen bien es que será ella quien decida cuando decir adiós.