Pásame la botella
Las botellas aparecen en los mejores y en los peores momentos; regalan y arrebatan la vida en un segundo. artilugio mágico, al servicio del hombre, dándole la potestad de decidir qué guardar y qué no.
Las botellas aparecen en los mejores y en los peores momentos; regalan y arrebatan la vida en un segundo. artilugio mágico, al servicio del hombre, dándole la potestad de decidir qué guardar y qué no.
Construir un árbol con botellas supone desempolvar y unir un montón de recuerdos. La botella quizá sea el único recipiente que se torna más importante que aquello que contiene. Todo el que echa la vista atrás recuerda aquella botella, aquel brindis en la playa, en la montaña, con su pareja, con un amigo, por los buenos momentos, para superar los malos, para celebrar un éxito, para olvidar un fracaso, para aplaudir lo que viene, para recordar lo que se va.
Decía Flaubert: “El futuro nos tortura, el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente”. Cuando se descorcha una botella, el frío y las burbujas huyen para dejar paso al momento, un momento que tratamos de refugiar en ese camino que conecta la mente con el corazón. Quizá tuviera razón Lennon al asegurar tajantemente que “algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora”. Pero, ¿quién no está dispuesto a brindar? Las botellas aparecen en los mejores y en los peores momentos; regalan y arrebatan la vida en un segundo. Atrapan lo bueno y también lo malo. Pero en el momento del brindis, se convierten en un artilugio mágico, al servicio del hombre, dándole la potestad de decidir qué guardar y qué no.
Probablemente no venga a cuento esta cita de Thoreau: “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida…para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido”.
Brindemos.