El monje de los cedros
Era como si hubiera cambiado de siglo. Pero no, allí estaba este religioso enfundado en sus ropajes, dedicando su vida al ayuno, la oración y los pobres. Y expuesto a que un día sea decapitado por su credo.
Era como si hubiera cambiado de siglo. Pero no, allí estaba este religioso enfundado en sus ropajes, dedicando su vida al ayuno, la oración y los pobres. Y expuesto a que un día sea decapitado por su credo.
Conozco a este hombre. Le ví por primera vez durante mi estancia en Líbano, en el verano de 2013. Es inconfundible. Su rostro afilado, sus barbas y su hábito son inolvidables. Lo conocí personalmente durante mi visita a un bosque impresionante denominado como el “Recreo de los Cedros” (símbolo de este país), cerca de Besharre.
Recuerdo su mirada, sus ojeras, su sonrisa cansada pero sincera y su intento de escapar de mi objetivo para no ser “noticia”. Pero, ante mi insistencia, finalmente accedió a levantar su cabeza mirándome con una amplia sonrisa. Todo esto sucedía poco después de finalizar la celebración de una misa en el campo ante un nutrido grupo de peregrinos cristianos venidos de todas partes.
No necesitamos intercambiar muchas palabras para conocerle. Sabía que estaba delante de una de esas personas que se consumen en silencio, fuera de los focos, como las velas de las catedrales. Precisamente esto era lo que me atraía de él. Debo reconocer que me impactó.
Era como si hubiera cambiado de siglo. Pero no, allí estaba este religioso enfundado en sus ropajes, dedicando su vida al ayuno, la oración y los pobres. Y expuesto a que un día sea decapitado por su credo.
Hay cosas que no son fáciles de entender para una sociedad occidental entretenida con los bienes materiales. Una sociedad tan insaciable como insatisfecha. La Navidad es un buen momento para testar esta desatada pasión por el consumismo.
El tipo de la foto debería ser, sin duda, un puñetazo para muchas conciencias. Algunos pensarán que ese hombre está loco, está fuera de lugar, etc. Pero no, yo le conocí y puedo decir que –creas o no- ví a un hombre entregado, generoso, consumiéndose por su fe.
Mientras tanto, en Occidente seguimos haciendo colas madrugadoras para comprar el último Iphone.
Prefiero al monje.