Eres 70% mentira
La memoria es lo único que nos ata a la vida de los otros en los límites de la existencia. Es reparadora, mitiga el dolor. En eso consiste la acción paliativa del tiempo.
La memoria es lo único que nos ata a la vida de los otros en los límites de la existencia. Es reparadora, mitiga el dolor. En eso consiste la acción paliativa del tiempo.
Borja Lázaro salió hace un año de su alojamiento en Colombia. Nunca volvió. Desapareció “sin motivo aparente” y sin dejar rastro. Literalmente, el joven vasco se esfumó. Doce meses después, su nombre vuelve a la prensa gracias a las reivindicaciones de su familia para que la Justicia no olvide su caso. El recuerdo es acción.
La memoria es lo único que nos ata a la vida de los otros en los límites de la existencia. Es reparadora, mitiga el dolor. En eso consiste la acción paliativa del tiempo. Pero también es tramposa: parte de nuestros recuerdos son inventados o están adulterados. La memoria también funciona como autoprotección, una forma de soportar el dolor o de avisarnos de los peligros. Nuestra mente fabrica mentiras para hacernos sentir mejor y resolver las disonancias cognitivas que nos provocan las acciones del pasado que ya no tienen solución. ¿quién no ha oído contar a algún amigo varias versiones distintas de una misma aventura?
La fabricación de la memoria es sofisticada. No se produce un giro radical de la realidad, pero sí se modifican pequeños detalles de la escena, en los que nadie (ni tú mismo) se percata. En realidad, tu novia no te gustaba tanto desde el principio. De hecho, en un primer momento te fijaste en su amiga. El tiempo sabio te ha demostrado que elegiste (o te eligieron) bien y no piensas estropear una bonita historia de amor con un detalle tan insignificante. La memoria te ayudará dulcificando ese recuerdo.
El carácter incuestionable que le damos a nuestros propios recuerdos es lo que les vuelve peligrosos y traidores. No solo pasa en nuestra vida personal, también en nuestra Historia. La Transición o el 23F son ejemplos perfectos de esta condescendencia. Poco tienen que ver los calificativos con los que sus rivales políticos despidieron a Adolfo Suárez al final de su vida política con los que usaron en su entierro o cuando el expresidente estaba ya fuera de la política. La figura de un mandatario derrotado, perdido y vilipendiado que dibujan las crónicas políticas de principios de los 80 no tienen nada que ver con el perfil que de él ha trazado la Historia y el recuerdo que le ha sobrevivido.
El 23 de febrero de 1981 el pueblo español tampoco abarrotó las calles para parar el golpe de Estado que protagonizó Antonio Tejero. Unos pocos salieron a protestar contra la irrupción militar, eso es cierto, pero la mayoría de ciudadanos estaban atemorizados en casa rompiendo sus carnets de la UGT o recogiendo a sus hijos del colegio. El paso de los años ha mitificado las instituciones democráticas, pero también a los propios españoles.
No todo son desventajas. Si algo de bueno tiene el paso del tiempo, y la llegada del siglo XXI, es que hemos logrado una manera diferente de construir el recuerdo colectivo. La Historia ya no la escriben solo los vencedores, los vencidos también tienen su hueco, aunque sea en las portadas de los periódicos que pasarán a engrosar las hemerotecas.