Una sonrisa en Diyala
Esas sonrisas. Esas sonrisas sobre la mirada muerta de un combatiente. Esas sonrisas luego de la carnicería, cuando el último quedó tirado con las manos abiertas, ensangrentadas, inermes, sutiles, llenas de ese temor de lucha.
Esas sonrisas. Esas sonrisas sobre la mirada muerta de un combatiente. Esas sonrisas luego de la carnicería, cuando el último quedó tirado con las manos abiertas, ensangrentadas, inermes, sutiles, llenas de ese temor de lucha.
Esas sonrisas. Esas sonrisas sobre la mirada muerta de un combatiente. Esas sonrisas luego de la carnicería, cuando el último quedó tirado con las manos abiertas, ensangrentadas, inermes, sutiles, llenas de ese temor de lucha. Esas sonrisas frente al fusil. Esa sonrisa del hombre que descansa bajo sus compañeros y un cigarro.
Esa es la lógica: un cigarro entre un hombre caído y un fusil. Y, sobre todo esto, la sonrisa de los hombres en estampida, en recuerdos de una esperanza, como si la vida no fuera algo así de levantarte, tomar el desayuno e ir a trabajar. No. La vida en Diyala ha sido un fusil sonriente ataviado de sangre y polvo.
Sin embargo, dentro de toda esa atrocidad fotográfica, no puedo contener la alegría inconmensurable de la huída. Qué importa un hombre muerto, qué importa un herido, qué importa si prisionero. Lo que vale es la victoria colectiva, el humor silente después del último disparo en el lugar que sea, intentando no recordar, no vivir, no sufrir. “Solo pensaba en avanzar, avanzar, avanzar y a la mierda”, me comenta un ex combatiente del conflicto armado del Cenepa entre Perú y Ecuador.
-Después de todo me fumaba un cigarrillo para saber que vivía.
La vida se va así, como el ex Cenepa, como el combatiente de Diyala, como el tiempo de un cigarrillo en la sonrisa lenta de un caído.