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Oda a la Black Mamba

Oh, Black Mamba, la novia casi, casi cadáver, mi dulce y delicada Beatrix Kiddo. Nunca una katana lució tan resplandeciente como cuando la blandiste entre tus finas y blancas manos, nunca un rostro ensangrentado fue tan bello.

Opinión
  • Manchester. Filólogo Hispánico. Profesor de español en la Pérfida Albión. Estudioso del Modernismo europeo y devorador de libros de viajes. Trotamundos.

Oh, Black Mamba, la novia casi, casi cadáver, mi dulce y delicada Beatrix Kiddo. Nunca una katana lució tan resplandeciente como cuando la blandiste entre tus finas y blancas manos, nunca un rostro ensangrentado fue tan bello.

Oh, Black Mamba, la novia casi, casi cadáver, mi dulce y delicada Beatrix Kiddo. Nunca una katana lució tan resplandeciente como cuando la blandiste entre tus finas y blancas manos, nunca un rostro ensangrentado fue tan bello.

La revancha como un designio divino te hizo despertar del coma, ya sin hija y sin fuerzas. Había que matar a todos y matar a Bill. Ni los cerezos se atrevieron a florecer a tu llegada a Japón, porque competir con tus cabellos dorados era una batalla perdida. Todas las luces de la ciudad se oscurecieron y solo tus ropas amarillas resplandecían más que los letreros en hiragana y katakana de Shinjuku. Nunca una mujer podrá vestir el color amarillo como tú lo hiciste. Te observé mientras danzabas en la batalla y cortabas brazos y piernas, y sacabas ojos de sus cuencas con tus dedos afilados. Daba igual que fueran ochenta u ochocientos los yakuzas que se atrevieron a cruzar la mirada con tus ojos azules cargados de venganza. Los soldados de O-Ren Ishii jamás verían otro sakura. Yo te vi cuando corriste sobre la nieve teñida de sangre en el jardín zen de la Casa de las Hojas Azules, y te hiciste samurái al ritmo latino de Santa Esmeralda. Temí por ti, cuando la malvada te rasgó la espalda y el silencio se posó en la escena, solo roto por el agua de la fuente y el viento que mecía la nieve. Te alzaste dolorida pero con la fuerza que da la épica, y fugaz, como flotando, empuñaste la Hattori Hanzo y le enseñaste a O-Ren que a la pequeña chica caucásica también le gusta jugar con espadas de samurái.

Oh, Beatrix Kiddo, mi sanguinaria y bella Black Mamba. Vaya aquí, en estas líneas, el leve homenaje a esta musa guerrera abrazada a una katana. Vaya aquí mi gratitud a Tarantino que te creó, para que nunca la historia del cine te pueda olvidar ya.