Se quitó la bota
Me da pena la bota que aparece en la foto. Mejor dicho, me da pena el dueño de la bota. Quizá se la ha puesto esta mañana en su casa, le ha sacado brillo y ha dicho: «¡me voy a la guerra!». Y se ha ido.
Me da pena la bota que aparece en la foto. Mejor dicho, me da pena el dueño de la bota. Quizá se la ha puesto esta mañana en su casa, le ha sacado brillo y ha dicho: «¡me voy a la guerra!». Y se ha ido.
Me da pena la bota que aparece en la foto. Mejor dicho, me da pena el dueño de la bota. Quizá se la ha puesto esta mañana en su casa, le ha sacado brillo y ha dicho: «¡me voy a la guerra!».
Y se ha ido. «Realmente, le han ido». Porque no sé si este hombre era rebelde prorruso o no rebelde ucraniano.
Igual, en pleno combate, se ha hecho unas preguntas: ¿por qué? ¿para qué? ¿quién gana con esta carnicería? ¿quién pierde?
Pensar en estas circunstancias, cuando han matado a dos a tu derecha y dos a tu izquierda y a ti una bala te ha pasado rozando, debe ser difícil. Si eres ucraniano y sientes que ya te han quitado un trozo de tu país, Crimea, y que ahora les apetece quitarte otro trozo, entiendo mejor lo de ponerse las botas y a la guerra. Si eres de los otros, me cuesta más, porque, por muchos discursos que oigas, tienes que pensar que robar en un supermercado está mal, y, por tanto, robar trozos de naciones debe estar peor.
Luego te enteras de que han acordado un alto el fuego. Y que, en pleno alto el fuego, mataron a los que estaban a tu lado y casi te pilla una bala a ti. O sea, que de alto el fuego, nada.
Sigues enterándote de cosas. Ahora, lees que Alemania, Rusia y Ucrania conversan telefónicamente para rescatar la tregua. Y, a la vista de cómo ha acabado la otra tregua y cómo te has escapado por los pelos, piensas que estos chicos están perdiendo el tiempo. Como aclaración innecesaria, pienso que «estos chicos» son Alemania y Ucrania, porque al otro chico ya le conocemos y es poco de fiar. Y, entre los muertos, la bala que casi te alcanza y las conversaciones telefónicas, tú te quitas la bota -la otra ya la habías perdido antes- y te vas a tu casa, te pones unos zapatos normales y te vas al cine con tu mujer. Solo pones una condición: que la película no sea de guerra.
Si es así, ya no me da pena la bota.