¿Se acabaron los aviones de papel?
Quiero hacer aviones de papel. Quiero coger un bolí y apuntar en una libreta a letra ininteligible lo que se me viene a la cabeza en el lugar más inhóspito de la manera menos esperada.
Quiero hacer aviones de papel. Quiero coger un bolí y apuntar en una libreta a letra ininteligible lo que se me viene a la cabeza en el lugar más inhóspito de la manera menos esperada.
Hace unos días escuche una anécdota sobre Umberto Eco en la que se contaba como los hijos del intelectual italiano le habían suplicado que no le dejaran en herencia sus libros. No deseaban quedarse con su biblioteca porque no sabrían que hacer con tantas historias en miles de páginas.
Cada día cierran dos librerías en nuestro país. La era de los kínder, los e-book y demás productos fruto de la revolución tecnológica y el encarecimiento del papel incitan a que cada vez queden menos comercios destinados a este bien cultural.
Y yo lloro un poquito con esa noticia. Quiero entrar en una librería y visualizar cada ejemplar imaginando que historia podrá esconder. Quiero hacer aviones de papel. Quiero coger un bolí y apuntar en una libreta a letra ininteligible lo que se me viene a la cabeza en el lugar más inhóspito de la manera menos esperada.
Pero también soy nativa de las tablets y los ordenadores que hacen la vida más fácil y casi gratis. Y también quiero leer los diarios en cualquier lugar, a cualquier hora y enterarme de la noticia de última hora al instante.
En un debate con los directores de los principales medios escritos de este país constataban que desconocían completamente cual será el futuro de esta encrucijada. Yo también lo desconozco. Solo sé que quiero tomar un café leyendo un periódico en papel el domingo, acostarme y tener un libro en mi mesilla de noche y despertarme con las últimas noticias en mi tablet. Y salir con un chico que lee.