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Las armas y las letras

La crisis ucraniana ha sido la gota que ha colmado el vaso y Rusia ha decidido abandonar un Tratado que, en el fondo, ya era papel mojado teniendo en cuenta la presencia de tropas, tanques y aviones de la OTAN en las repúblicas bálticas, o instructores militares estadounidenses en Kiev.

Opinión

La crisis ucraniana ha sido la gota que ha colmado el vaso y Rusia ha decidido abandonar un Tratado que, en el fondo, ya era papel mojado teniendo en cuenta la presencia de tropas, tanques y aviones de la OTAN en las repúblicas bálticas, o instructores militares estadounidenses en Kiev.

José Stalin, el mayor genio geoestratégico del siglo XX, preguntaba a Churchill en Yalta con cuántas divisiones acorazadas contaba el Papa, ya que al parecer no debía oponerse a él. La pregunta de Stalin sigue teniendo sentido hoy día. Y si no, que se lo digan a Gadafi. Rusia ha decidido definitivamente abandonar el Tratado de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa, firmado en 1990 por la OTAN y el Pacto de Varsovia. 

La OTAN no tenía nada que temer, pues la Unión Soviética estaba deshecha y mendigando préstamos a China y otros países. Apenas sí pudo pasar el invierno de 1989-1990, como para seguir manteniendo todo su arsenal militar a pleno rendimiento. El tratado fue casi un alivio.

Pero la década de los 90 y principios del siglo XXI vería como la OTAN y la UE se expandían por Europa del Este. El anuncio estadounidense de instalar un escudo antimisiles en Polonia y República Checa en 2006 convenció a Putin de que las restricciones de armamento sólo iban en detrimento ruso. Las dos guerras de Chechenia y la de Georgia, convenientemente azuzadas desde Washington, sólo fueron un motivo más para que Rusia decidiese rearmarse.

La crisis ucraniana ha sido la gota que ha colmado el vaso y Rusia ha decidido abandonar un Tratado que, en el fondo, ya era papel mojado teniendo en cuenta la presencia de tropas, tanques y aviones de la OTAN en las repúblicas bálticas, o instructores militares estadounidenses en Kiev. 

Vladimir Putin, un estadista astuto y materialista, sabe que la soberanía de un país y sus planes y programas no pueden defenderse sin armas. Pues ya lo decía Don Quijote en su famoso discurso: que las armas son superiores a las letras. Y que me corrijan si me equivoco, pero en Rusia leen más a Cervantes que en España.