Accidente, holocausto o desvarío
Es evidente que, sin entrar en detalles, mueren muchas más personas en accidentes de coche que de avión. Pero estos últimos resultan mucho más espectaculares. En este caso se trata de una inmolación aparatosa. Asusta pensar lo desguarnecidos que van los pasajeros de un avión, a pesar de la irónica protección de los cinturones de seguridad.
Es evidente que, sin entrar en detalles, mueren muchas más personas en accidentes de coche que de avión. Pero estos últimos resultan mucho más espectaculares. En este caso se trata de una inmolación aparatosa. Asusta pensar lo desguarnecidos que van los pasajeros de un avión, a pesar de la irónica protección de los cinturones de seguridad.
La polémica no es ociosa. Se trata de averiguar quién tuvo la culpa del extraño accidente de los Alpes franceses. Según fuera la compañía alemana (filial de Lufthansa), el fabricante francés del avión o un hecho fortuito o criminal, las indemnizaciones millonarias correrían de una a otra parte.
Parece que la culpa puede recaer sobre la compañía aérea, al menos in vigilando. Es decir, no puso todo el cuidado posible en vigilar las condiciones de salud mental del copiloto; un tipo raro donde los haya. Su terrible holocausto estuvo perfectamente calculado. Es una extraña forma de suicidio.
Por lo visto, no es suficiente la precaución de que vayan dos pilotos en la cabina de mando. ¿Harán falta tres? ¿O dos pilotos y un vigilante? ¿O habrá que rediseñar las cabinas? El resultado inmediato es que van a subir los precios de los pasajes.
Es evidente que, sin entrar en detalles, mueren muchas más personas en accidentes de coche que de avión. Pero estos últimos resultan mucho más espectaculares. En este caso se trata de una inmolación aparatosa. Asusta pensar lo desguarnecidos que van los pasajeros de un avión, a pesar de la irónica protección de los cinturones de seguridad. No les quita nadie el miedo a los terroristas o a los kamikazes enajenados. De poco sirven los controles de los aeropuertos para escanear equipajes y personas. Cualquier tripulante que quiera inmolarse, puede hacerlo a lo grande. No es fácil eliminar la sospecha de que los sistemas de seguridad son vulnerables.
En medio de esta catástrofe suenan estrambóticas las apelaciones al derecho a la intimidad cuando se revelan datos de la vida privada del copiloto. Todos los derechos tienen límites. ¿Qué habríamos pensado si se descubre que el copiloto se hubiera hecho islamista? ¿Sería racista tal figuración?