Silencio ensordecedor
Silencio. Nada más que eso queda tras escuchar todas las noticias acerca de este luctuoso accidente. Silencio que se revela ensordecedor tras las preguntas que se generan
Silencio. Nada más que eso queda tras escuchar todas las noticias acerca de este luctuoso accidente. Silencio que se revela ensordecedor tras las preguntas que se generan
Silencio. Nada más que eso queda tras escuchar todas las noticias acerca de este luctuoso accidente. Silencio que se revela ensordecedor tras las preguntas que se generan, no solo de índole técnica sino también aquellas que quieren desafiar al destino, a la causalidad, a las leyes de la física e incluso a “Dios” mismo. Silencio que se presenta y toca a la puerta de familias enteras que en un abrir y cerrar de ojos, tras ocho minutos de caída hacia la muerte, han perdido a un ser querido, sea amigo, pariente o conocido. Silencio que se manifiesta cuando no queda más nada que seguir esperando a las causas de un acontecimiento que se ha cobrado la vida de personas cuyo fin era volver a casa, ir a su lugar de trabajo o encontrarse con su familia. Silencio que parece hiriente cuando nunca sabremos las últimas palabras de los que iban dentro del avión siniestrado, cuando nunca captaremos sus últimos segundos y los pensamientos finales. Silencio frente a las pantallas de la televisión que pulverizan una noticia sin ofrecer conclusiones; pero más aún, silencio cuando en las pantallas del aeropuerto aparecía un vuelo como atrasado o cuando, la espera terminó en tragedia.
En el fondo, frente a tan crítica realidad solo quedan posibilidades: una, la esperanza de que la vida no acaba aquí, de que la muerte injusta no tiene la última palabra. Otra, el reproche al destino, a la suerte o a lo que queramos encontrar como consuelo. Posiblemente aquella que haga pensar en la importancia de vivir cada momento, cada instante con total intensidad. En fin, infinidad de posibilidades que a la distancia se pueden afrontar. Pero, a quién lo vive, ¿qué le podemos aportar?