Prostitutas reguladas
El acoso y derribo de aquellos que están a favor de legalizar la prostitución o las drogas va surtiendo sus efectos. La sociedad occidental prácticamente ha olvidado que conductas de esta clase son o eran de una inmoralidad intolerable y por tanto dañinas para la sociedad en su conjunto.
El acoso y derribo de aquellos que están a favor de legalizar la prostitución o las drogas va surtiendo sus efectos. La sociedad occidental prácticamente ha olvidado que conductas de esta clase son o eran de una inmoralidad intolerable y por tanto dañinas para la sociedad en su conjunto.
Lo que algunos llaman la profesión más antigua del mundo se ha puesto en boga porque el líder de Ciudadanos ha manifestado su intención de regularizarla. Sin duda se trata de un tema controvertido. Cuando hablamos de regularizar la prostitución convendría tener claro que cuando ésta es ejercida libremente por cualquier persona en España no es constitutiva del tipo delictivo de prostitución, estamos ante una laguna legal, lo que supone que el Estado no pueda recaudar impuesto alguno por tal actividad. Sería ingenuo considerar que esa es la clase de prostitución que se encuentra en los clubs de alterne de nuestras carreteras. De modo que cuando se habla de legalizar/regularizar la prostitución se está planteando, no sólo que las prostitutas se tengan que dar de alta en la seguridad social, sino que –de acuerdo con lo que establece el Código Penal– la inducción, abusando de una posición de dominio, a vender el propio cuerpo no sea constitutiva de delito.
No es la primera vez que se abordan debates de esta clase. Sin embargo, el acoso y derribo de aquellos que están a favor de legalizar la prostitución o las drogas va surtiendo sus efectos. Encontramos que la sociedad occidental prácticamente ha olvidado que conductas de esta clase son – o eran– de una inmoralidad intolerable y por tanto dañinas para la sociedad en su conjunto. De un tiempo a esta parte hemos optado por eludir hablar de la moral colectiva porque daña los imperativos de la libertad y del libre albedrío. Ese silencio es algo que resulta mucho más moderno y atractivo porque “hacer lo que a uno le da la gana sin que nadie te diga nada” es insuperable. Pensamos que una norma o una regulación son suficientes para limpiar nuestra conciencia y presumir que tenemos una preocupación verdadera por aquellos que se drogan o se prostituyen. En definitiva, caminamos hacia la integración de Sodoma y Gomorra en el “Estado del bienestar”.