THE OBJECTIVE
Jose Balsa Barreiro

Sistemas electorales ¿democráticos?

Justo ahora que se cumplen 25 años desde el fin del gobierno de Augusto Pinochet (1974-1990), la actual presidenta chilena, Michelle Bachelet, acaba de promulgar una ley con la que fuerza el cambio del sistema electoral binominal propio de la dictadura por uno proporcional.

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Justo ahora que se cumplen 25 años desde el fin del gobierno de Augusto Pinochet (1974-1990), la actual presidenta chilena, Michelle Bachelet, acaba de promulgar una ley con la que fuerza el cambio del sistema electoral binominal propio de la dictadura por uno proporcional.

Justo ahora que se cumplen 25 años desde el fin del gobierno de Augusto Pinochet (1974-1990), la actual presidenta chilena, Michelle Bachelet, acaba de promulgar una ley con la que fuerza el cambio del sistema electoral binominal propio de la dictadura por uno proporcional. El mecanismo del sistema electoral hasta ahora existente favorecía claramente a los partidos mayoritarios, permitiendo que la derecha controlara la mitad del Congreso con poco más de un tercio de los votos, lo que además dificultaba la abolición de ciertos aparatos e instituciones heredados del régimen de Pinochet. La nueva ley plantea una mayor representatividad de las instituciones, aumentando el número tanto de diputados (de 120 a 155) como de senadores (de 38 a 50).

En democracias representativas, la conversión de la voluntad popular (número de votos) a representación política (número de representantes en cámaras) no resulta sencilla y se hace por medio de sistemas electorales. De hecho, mientras que los sistemas mayoritarios (pluralidad-mayoría) favorecen el peso de los grandes partidos, los sistemas proporcionales adolecen de proporcionalidad bajo ciertas circunstancias. En la elección de un sistema electoral se contraponen dos puntos principales: la estabilidad gubernamental y la justa representación de minorías. Sistemas mayoritarios tienden a esconder la voluntad popular real y sacrifican el peso de grupos minoritarios. En el extremo opuesto, una alta fragmentación del poder supone mayores dificultades de entendimiento y conlleva gobiernos menos estables.

La mayoría de democracias han adoptado sus sistemas electorales bajo cuatro fórmulas principales: su pasado colonial, su diseño consciente, por imposición externa o por accidente. En la mayor parte de democracias son, sobre todo, la herencia colonial y la influencia ejercida por los países vecinos los principales factores que han determinado, en un cierto momento histórico, la implantación de un determinado sistema electoral.

Sea como fuere, el sistema electoral elegido tiene una gran influencia en la futura vida política del país. De hecho, los sistemas electorales tienden a permanecer inamovibles una vez que han sido instaurados, tendiendo a perpetuar ciertos “modelos democráticos”. Así, lo ocurrido en Chile no es noticia por el hecho contar hasta ahora con un sistema electoral con claras deficiencias democráticas, sino que lo es por atreverse a acometer un cambio en su sistema electoral.

En España también existe polémica respecto al sistema electoral existente, sobre todo a raíz de las elecciones de 2011. En estas elecciones el tercer partido más votado, IU, obtuvo 6,84% de los votos (1,68 millones de votos) aunque solo una representación del 3,14% (11 diputados), mientras que UPyD, el cuarto partido más votado, obtuvo 4,64% de los votos (1,14 millones de votos) y una representación de sólo el 1,43% (5 diputados). El sistema electoral español es un sistema proporcional donde dos aspectos clave resultan especialmente polémicos: la fórmula empleada y el tipo de circunscripción adoptado. La fórmula empleada se basa en la Ley D’Hondt, la cual tiende a dar una mayor representación a los partidos más votados. En las elecciones de 2011, cada escaño de UPyD necesitó casi 3,9 veces más votos que cada uno del PP y 3,6 veces uno del PSOE. Pero es, sobre todo, la alta fragmentación del modelo de circunscripción adoptado (provincias) el factor que distorsiona la proporcionalidad del sistema electoral español. Sirva de ejemplo así que un voto voto en una provincia poco poblada como Soria vale casi cuatro veces más que un voto en Madrid.

 

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