THE OBJECTIVE
Roberto Herrscher

El gatillo y la uña pintada

Las uñas pintadas desentonan, ¿no les parece? ¿No suena extraño que unos minutos antes el mismo ojo, ahora enfocado fríamente en el blanco, estuviera controlando que el esmalte quedara perfecto, que el mismo dedo…

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El gatillo y la uña pintada

Las uñas pintadas desentonan, ¿no les parece? ¿No suena extraño que unos minutos antes el mismo ojo, ahora enfocado fríamente en el blanco, estuviera controlando que el esmalte quedara perfecto, que el mismo dedo…

Las uñas pintadas desentonan, ¿no les parece? ¿No suena extraño que unos minutos antes el mismo ojo, ahora enfocado fríamente en el blanco, estuviera controlando que el esmalte quedara perfecto, que el mismo dedo a punto de apretar el gatillo se estuviera decorando esta mañana de un rojo intenso? ¿Pueden convivir la coquetería y la muerte?

Hace casi medio siglo, la periodista estadounidense Anne Nelson cubría los asesinatos de escuadrones en El Salvador. Una mañana, al salir del hotel, encontró un cadáver en una alcantarilla. Como tantos. Pero no: esta era una guerrillera muy joven, el cuerpo ya rígido, seguramente arrojado al borde del camino por la camioneta de los paramilitares. Y Anne vio que tenía las uñas pintadas hacía poco, seguramente el mismo día de su asesinato. Escribió ese detalle en la crónica que envió a su diario en Estados Unidos.

Muchos años después, cuando fue mi profesora en la Universidad de Columbia, Nelson todavía se acordaba de la reacción de su editora: le había dicho que ese mínimo detalle la conmovía. “Una guerrillera salvadoreña muerta en la carretera no tiene nada que ver conmigo”, le dijo la editora. “Pero una chica que se acaba de pintar las uñas soy yo”. De pronto ese mínimo encuentro entre la violencia extrema, como de otro planeta, y la trivialidad doméstica de un gesto de coquetería le hicieron ver, como un ramalazo, que esos seres extraños de las fotos lejanas y las noticias son nuestros hermanos.

Esta joven tiradora rusa apunta al blanco. Puede que se esté preparando para disparar a seres humanos. Su dedo está posado en el más perdurable y globalizado invento de la Unión Soviética, la AK-47. Del otro lado de su simple y efectiva máquina de matar nos imaginamos a los ‘otros’, a los enemigos de la Gran Rusia.

Sin las uñas pintadas, sin esa coquetería, la chica desconocida sería otra máquina de matar. Un solo instrumento: chica y fusil. Pero ese detalle la delata y no nos deja mirarla como a un extraño completo: nos causa un cortocircuito.

Ese rojo es aquí lo opuesto de la sangre, esa sangre que buscará hacer saltar la bala. ¿Cómo puede disparar si se acaba de pintar las uñas? El dedo sobre el gatillo con su uña bien pintada, ahora me concierne. Me duele.

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