Matar al prójimo con Dios de aliado
Puede ir ligero de carga aquel que decide asesinar a otra persona en el nombre de Dios. Con tamaño socio jugando a favor de los pareceres e intereses propios, no hay evidencia, no hay realidad, no hay dolor…
Puede ir ligero de carga aquel que decide asesinar a otra persona en el nombre de Dios. Con tamaño socio jugando a favor de los pareceres e intereses propios, no hay evidencia, no hay realidad, no hay dolor…
Puede ir ligero de carga aquel que decide asesinar a otra persona “en el nombre de Dios”. Con tamaño socio jugando a favor de los pareceres e intereses propios, no hay evidencia, no hay realidad, no hay dolor, no hay prueba en contra que atenúe la convicción de todo fanático con el fusil calado a la espalda. Con Dios de su lado, siempre obrará seguro de que lo hace bien.
Asesinar personas invocando motivos divinos no es un hábito nuevo, vinculado con vicios de carácter global. Muy por el contrario: ha sido esta la matriz de buena parte de los conflictos de la humanidad desde los tiempos más remotos. Baste recordar, a manera de ejemplo, el episodio de las Cruzadas: aquella larga guerra fomentado por el Papado, con el objeto de rescatar los lugares santos del Medio Oriente para la causa de la cristiandad.
El volumen, intensidad y frecuencia de las guerras religiosas ha venido más bien descendiendo con el paso de las centurias, conforme las sociedades han ido logrando separar la iglesia del estado, y se fueron imponiendo, sobre todo en occidente, el pensamiento cartesiano y la moral laica.
La pasión subjetiva y el instinto asesino encontraron en las abstracciones republicanas nuevos insumos para imponer sus licencias. La brutalidad colonial, el resentimiento histórico, el estancamiento económico y las barreras culturales han reconfigurado un nuevo planteamiento bélico en el cual sus protagonistas se hacen acompañar por esa llave maestra que, en la política, algunos denominan Dios.
El yihadismo musulmán es, sin duda, el planteamiento más intricado que formulan dominios remotos del planeta a los centros mundiales de poder. Isis y al Qaeda, con sus postulados y estrategias, reconfiguran contextos bélicos superados, desafían el poder político de sus naciones, proceden con una crueldad que no conoce límites, y sueñan, para sus propios fines, con una entidad jurídica y religiosa, el Califato, perdida en la noche de los tiempos. Bajo ese rasero le quieren hacer un planteamiento totalizador al resto de la humanidad.