El bikini inteligente
Pero es posible una visión optimista de todo ello: estamos siendo despojados de un tipo de inteligencia mecánica que en realidad nunca fue humana.
Pero es posible una visión optimista de todo ello: estamos siendo despojados de un tipo de inteligencia mecánica que en realidad nunca fue humana.
Parece que la inteligencia no se crea ni se destruye: simplemente se reubica. A medida que emergen las redes neurales de máquinas inteligentes (bikinis conectados a móviles conectados a cafeteras conectadas a los podómetros conectados al GPS conectado con la sede central de la CIA en Langley, Virginia) nuestros proceso de idiotización avanza, como una esterilización uniformemente acelerada.
La inteligencia de los televisores inteligentes, teléfonos inteligentes, prótesis de cadera inteligentes, cremas hemorroidales inteligentes, etc. antes residía en nosotros. Estamos siendo expropiados. Externalizando la gestión de nuestras miserias.
Pero es posible una visión optimista de todo ello: estamos siendo despojados de un tipo de inteligencia mecánica que en realidad nunca fue humana. Fue introyectada en nosotros para acomodarnos al marco de ganadería masiva automatizada que llamamos “civilización”. Las máquinas están reclamando lo que siempre fue suyo.
Parece entonces que lo Propiamente Humano (es decir, aquel último reducto que no puede ser emulado por computación) consiste en lo irracional: la emoción, el vértigo, el placer, la locura, la intuición. Queremos dioses danzantes, decía el viejo Nietzsche. Cuando llegue el momento de auténtica relación simbiótica con la tecnología, esa será la aportación humana: el chamanismo visionario, el humor del supremo juego divino de la Creación, la poesía torrencial del ditirambo, la potencia onírica. No inteligencia, sino sabiduría, fluyendo en libertad.
Mientras tanto, seguiremos bostezando mientras el coche aparca solo.