THE OBJECTIVE
Jorge Martin Frias

Elogio del hastío

Donde antes las promesas o juramentos a la Constitución se regían de acuerdo a la aburrida formalidad de las reglas y normas preestablecidas, han venido estos buenos chicos (y no tan nuevos, pues siempre han estado en el fragor de la antipolítica) a despertarnos de nuestro letargo y recordarnos que lo constituido ha de ser cuidado, sino reforzado, precisamente de ellos mismos.

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Donde antes las promesas o juramentos a la Constitución se regían de acuerdo a la aburrida formalidad de las reglas y normas preestablecidas, han venido estos buenos chicos (y no tan nuevos, pues siempre han estado en el fragor de la antipolítica) a despertarnos de nuestro letargo y recordarnos que lo constituido ha de ser cuidado, sino reforzado, precisamente de ellos mismos.

En las últimas semanas hemos contemplado las distintas tomas de posesión en las entidades locales, las comunidades autónomas y en el Senado (por designación de la última) de los abanderados de la ¿nueva? política. Allí donde antes las promesas o juramentos a la Constitución se regían de acuerdo a la aburrida formalidad de las reglas y normas preestablecidas, han venido estos buenos chicos (y no tan nuevos, pues siempre han estado en el fragor de la antipolítica) a despertarnos de nuestro letargo y recordarnos que lo constituido ha de ser cuidado, sino reforzado, precisamente de ellos mismos.

Donde el hastío de la formalidad ante los procesos era una buena señal de permanencia y continuidad de las normas, del funcionamiento de las reglas de juego, etc.; aparecen actores con el sermón de “poner las instituciones al servicio de la gente y devolver al pueblo la capacidad de gobernarse a sí mismo” porque, como es sabido, hasta la fecha navegábamos entre nuestra propia estupidez, enajenados y alienados a unos poderes extranjeros que actúan dentro de nuestro propio territorio, pues el concepto de ciudadanía se va estrechando de acuerdo al círculo – hoy descrito por algunos como símbolo de la centralidad -. Hete aquí que corremos el riesgo de dejar de disfrutar del dulce hastío, aquel sobre el cual el gruñón de Schopenhauer nos mostraba alguna de sus virtudes entre tanta desesperación, “lo que hace que seres que se aman tan poco como los hombres se busquen tantos unos a otros, y así se convierte en la fuente de la sociabilidad”.

Así, parece que estamos condenados a movernos si queremos recuperar el hastío en toda su plenitud para poder aburrirnos como Dios manda y con la tranquilidad de que el suelo (la Constitución) no se abra bajo nuestros pies.

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