El rompimiento de gloria
Siempre se dice que las tormentas de este verano no las hemos visto nunca. No es cierto. Son tan recurrentes como la sucesión del día y la noche o las estaciones. Pero necesitamos la exageración popular porque seguimos creyendo que hay un misterioso señor de las ventiscas que está por encima de nosotros.
Siempre se dice que las tormentas de este verano no las hemos visto nunca. No es cierto. Son tan recurrentes como la sucesión del día y la noche o las estaciones. Pero necesitamos la exageración popular porque seguimos creyendo que hay un misterioso señor de las ventiscas que está por encima de nosotros.
La magnífica fotografía de Pedro Armestre ha captado el meteoro que en la Sierra madrileña recibe el poético nombre de “rompimiento de gloria”. (Hay un libro precioso del marqués de Tamarón con ese título). Suele ocurrir después de una tormenta, cuando el Sol se precipita entre las nubes y todo parece un milagro. Precisamente ayer mismo asistí al espectáculo con la luz sobre el Valle de los Caídos, que tengo en frente.
Se comprende el temor reverencial que los antiguos tenían al paso de las borrascas. Todavía hoy es un misterio cómo es no sabemos aprovechar la inmensa energía que despliegan los rayos en una tempestad. Es uno de esos derroches de la naturaleza del que ignoramos la utilidad.
Siempre se dice que “las tormentas de este verano no las hemos visto nunca”. No es cierto. Son tan recurrentes como la sucesión del día y la noche o las estaciones. Pero necesitamos la exageración popular porque seguimos creyendo que hay un misterioso señor de las ventiscas que está por encima de nosotros. Ya no hay dioses como los de antes, pero en su lugar se alza la misteriosa presencia del “cambio climático”. Es tan enigmático y vengativo como Eolo o Zeus. Nadie sabe lo que es, pero lo tememos. Es tan poderoso que lo mismo trae inundaciones que sequías, calores que heladas.
Los niños estudiosos juegan a adivinar a qué distancia se encuentra el centro de la tormenta. Cuentan los segundos entre el rayo y el trueno; multiplican mentalmente el resultado por 300 y esos son los metros donde se encuentra el origen de la explosión. Así se les va un poco el miedo a las consecuencias de los rayos. Me maravilla que algunos pájaros sepan adivinar el estallido de la inminente tormenta. Se ponen a volar muy nerviosos. No, no es nada normal la tronada.