El desprestigio de la libertad
Que este sátrapa, tan criminal y más caprichoso que sus antecesores, reciba un premio de allende sus fronteras es un hecho extraordinario. Incluso quienes lo protegen o se benefician de él como China no gustan de aparecer como amigos de uno de los regímenes del mundo más despreciados por brutal, despótico e inhumano.
Que este sátrapa, tan criminal y más caprichoso que sus antecesores, reciba un premio de allende sus fronteras es un hecho extraordinario. Incluso quienes lo protegen o se benefician de él como China no gustan de aparecer como amigos de uno de los regímenes del mundo más despreciados por brutal, despótico e inhumano.
El dictador Kim Jong-Un, tercero en la dinastía del régimen demencial-comunista de Corea del Norte, suele otorgarse los premios él mismo. Tal como hicieron ya su abuelo y su padre. El culto a la personalidad que copiaron del de Stalin lo enriquecieron con aditamentos asiáticos hasta el delirio de la adoración forzosa y la omnipresencia. Que este sátrapa, tan criminal y más caprichoso que sus antecesores, reciba un premio de allende sus fronteras es un hecho extraordinario. Incluso quienes lo protegen o se benefician de él como China no gustan de aparecer como amigos de uno de los regímenes del mundo más despreciados por brutal, despótico e inhumano. Por eso resulta alarmante que Indonesia, un inmenso país de casi 200 millones de habitantes, que desde el fin de la era Suharto en 1998 se ha esforzado por fortalecer sus credenciales democráticas, otorgue un premio oficial del Gobierno indonesio al dictador norcoreano. Es un premio que en el pasado se ha otorgado a personalidades como Mahatma Grandi o a la líder de la oposición pacífica de Myanmar, Birmania, San Suu Kyi. El Gobierno indonesio rechaza expresamente toda crítica a Kim Jong-Un y la tacha de “propaganda de Occidente”. Las furiosas fobias antioccidentales del caudillo Sukarno, fundador de la Indonesia independiente, eran bien conocidas. Pero habían sido paliadas por su sucesor Suharto y por los políticos de las casi dos décadas de reformas democratizadoras después.
Este disparate de premio a Kim Jung-Un por sus méritos “por la paz, la justicia y la humanidad” a un cruel dictador que es poco más que un joven pervertido con pode ilimitado sobre la vida y destino de sus súbditos, es una señal de alarma. Porque refleja el rápido deterioro del prestigio de la democracia y de la libertad en el mundo actual. Ha jugado un papel muy significativo en ello el fracaso de los intentos democratizadores de pequeñas élites en los países árabes. La caída de los regímenes autoritarios, no trajo libertad sino caos, fanatismo religioso, totalitarismo y guerra. En Rusia la propia idea de la democracia y la libertad individual ha sido definitivamente enterrada bajo el poder absoluto de Vladimir Putin. El régimen de Lukashenko en Bielorrusia recibe hasta aplausos por su estabilidad. Pero también en muchas democracias occidentales han surgido populismos de extrema izquierda y derecha en los que se oye -como aquí en España- la célebre frase de Lenin “¿Libertad, para qué?” y se condena como fracasada, corrupta y viciada la democracia liberal. En una corriente cultural general muy similar a la que recorrió Europa en la época de entreguerra y llevó a la eclosión de fascismo, nazismo y comunismo. Pero una aportación última final y gravísima a este desprestigio de la democracia y justificación de opciones de gobierno dictatoriales ha llegado de donde menos se podía esperar. De la cuna de las libertades y la democracia. De EEUU. Porque pasará a la historia la forma en que el actual presidente norteamericano Barack Obama ha impuesto un relativismo absoluto en su política hacia la dictadura de Cuba. Porque Obama no ha presentado la historia de las relaciones entre EEUU y Cuba como las lógicas entre una democracia militante y vigorosa y una brutal dictadura comunista a pocos kilómetros de su costa. Sino como un desencuentro entre dos regímenes moralmente apenas distinguibles. Si Obama premia a Castro casi es lógico que Indonesia premie a Kim Jung. No debería sorprendernos sino alarmarnos. Porque cuando la democracia está tan devaluada que nadie la defiende, los totalitarios saben llegado su momento para demostrar quien es más fuerte.