THE OBJECTIVE
Laura Calonge

Mujeres subexpuestas

A veces, demasiadas veces, llego a pensar que son tan invisibles unas como otras. Las primeras, porque a través de esos ojos que asoman por una rendija negra reclaman ser vistas más allá de esos muros de tela que cubren su cuerpo; las segundas, porque a través de sus pechos en primer plano su rostro queda desdibujado.

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Mujeres subexpuestas

A veces, demasiadas veces, llego a pensar que son tan invisibles unas como otras. Las primeras, porque a través de esos ojos que asoman por una rendija negra reclaman ser vistas más allá de esos muros de tela que cubren su cuerpo; las segundas, porque a través de sus pechos en primer plano su rostro queda desdibujado.

Hace años, una amiga se lamentaba diciendo que ser guapa no era ningún chollo porque se sentía “invisible”. ¿Cómo? Pregunté perpleja, sabiendo que acaparaba las miradas masculinas en todos los sitios que entraba. “Porque a MÍ no me ven”, dijo, y lo entendí todo.

Contrasta, y cada vez más debido a la sobreabundancia de imágenes que chocan con nuestras retinas, la subexposición de los cuerpos de mujeres de medio planeta, frente a la sobreexposición de los cuerpos de mujeres de la mitad restante. Mientras unas se cubren de ropas negras que opacan toda la gracia femenina, otras exponen su semidesnudez en selfies sin sentido. A veces, demasiadas veces, llego a pensar que son tan invisibles unas como otras. Las primeras, porque a través de esos ojos que asoman por una rendija negra reclaman ser vistas más allá de esos muros de tela que cubren su cuerpo; las segundas, porque a través de sus pechos en primer plano su rostro queda desdibujado.

El cuerpo de las mujeres siempre ha sido un asunto público: la Iglesia, el Estado, incluso Facebook se han creído con el derecho de imponer sus leyes sobre un cuerpo tan natural como el de los hombres. Se visten y se desvisten para la mirada masculina, incluso más allá: lo hacen para la mirada social. Para ser aceptadas. Para no resultar incómodas, unas por resultar demasiado atractivas a ojos ajenos, y otras por miedo a no serlo. Acaso sean los mismos ojos aunque vayan disfrazados de “likes”. Son ojos sin nombre. Hay que estar bien vista para ser aceptada, sea a través de un color o una talla. Dice la activista Silvia Federici que el cuerpo de la mujer es la última frontera del capitalismo, y no le falta razón. La presión ejercida sobre el cuerpo de la mujer, un cuerpo sobreexpuesto en media parte del mundo, es tan fuerte que muchas enferman y mueren en el vano deseo de ser deseables para ser vistas, de vivir ese sueño del éxito efímero e irreal. Hoy, cuando vi la imagen de estas mujeres árabes asomando por la rendija de sus velos, recordé el comentario de aquella amiga sobre lo relativo de la invisibilidad femenina y me pareció reconocer su mirada entre todos esos ojos negros.

 

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