El Café Comercial: el fin de una época
El último café que tomé hace unos días me lo sirvió una máquina que me avisó por medio de bluetooth a un mando electrónico que el encargado me puso en la mano ante mi sorpresa, y finalmente pagué introduciendo un billete en otra máquina que eso sí me dijo gracias.
El último café que tomé hace unos días me lo sirvió una máquina que me avisó por medio de bluetooth a un mando electrónico que el encargado me puso en la mano ante mi sorpresa, y finalmente pagué introduciendo un billete en otra máquina que eso sí me dijo gracias.
Muchos no sabrán ni dónde estaba ubicado: en Madrid, en la Glorieta de Bilbao, el centro dela capital, otros la mayoría no tendrán idea del tiempo que estuvo abierto: 128 años, el café abierto más antiguo de Madrid, la mayoría sin duda no conocerán quienes pasaron por allí: Antonio Machado, Blas de Otero, Gabriel Celaya, Gloria Fuertes, José Hierro y muchos otros, y naturalmente pocos serán los que sepan que en el ambiente de este Café y su homólogo el Café Europeo (que estaba en frente) Camilo José Cela se inspiró para escribir su famosa “Colmena”, en fin no creo que a nadie le importe o preocupe el cierre de este Café popular y al mismo tiempo intelectual por el que han pasado muchas generaciones.
Y el cierre no ha sido como en otros casos por ruina, “locales de renta antigua” ni otra causa semejante, el cierre ha sido por agotamiento y edad de sus actuales dueñas, ya de la tercera generación, y a todos los que alguna vez hemos pasado por él nos ha causado un cierto pesar y una reflexión.
Los tiempos que corren no están para tertulias, ni para noches de recital de poesías, los tiempos actuales son de prisa, de monólogos y de distancia, y en estos tiempos el Café Comercial no tenía cabida.
Hoy tomar un café nos lleva 10 minutos, casi siempre en soledad, con el tiempo pisándonos los talones, es la época del “usar y tirar”.
Los cafés hoy se sirven en vasos de materiales plásticos o todo lo más reciclados, ya no hay cucharillas con sus ruidos característicos, todo lo más unos palillos de plástico o madera (los más sofisticados), apenas existe un camarero al que sonreír, estamos como en una “cadena de montaje”.
El último café que tomé hace unos días me lo sirvió una máquina que me avisó por medio de bluetooth a un mando electrónico que el encargado me puso en la mano ante mi sorpresa, y finalmente pagué introduciendo un billete en otra máquina que eso sí me dijo “gracias”.
El cierre del Comercial es el fin de una época, mi época, Tempus Fugit.