Falsa epifanía
En nuestro país los hombres no matan a las mujeres porque las aman de una forma sobrehumana, porque las quieren lo suficiente o porque, aún siendo incapaces de imaginar la vida sin ellas, aceptan un destino solitario y miserable para sí mismos frente a un nuevo romance de las mujeres a las que aman de verdad.
En nuestro país los hombres no matan a las mujeres porque las aman de una forma sobrehumana, porque las quieren lo suficiente o porque, aún siendo incapaces de imaginar la vida sin ellas, aceptan un destino solitario y miserable para sí mismos frente a un nuevo romance de las mujeres a las que aman de verdad.
En nuestro país los hombres matan a las mujeres porque las aman de una forma sobrehumana, porque no las quieren lo suficiente o porque son incapaces de vivir sin ellas. También es probable que los hombres que matan a sus mujeres actúen de esa manera porque las odian de verdad.
En nuestro país los hombres no matan a las mujeres porque las aman de una forma sobrehumana, porque las quieren lo suficiente o porque, aún siendo incapaces de imaginar la vida sin ellas, aceptan un destino solitario y miserable para sí mismos frente a un nuevo romance de las mujeres a las que aman de verdad.
En un país allende los mares una mujer mata a su exmarido y la hija de ambos al darse cuenta de que ya no los quiere. Para librarse de la carga del pasado en una relación futura, la joven esposa se deshace de los cuerpos sin vida ocultándolos en bolsas de basura. La metáfora del final de los dos seres que un día fueron queridos resulta desoladora.
A diferencia del controvertido postulado de Oscar Wilde que decía «el hombre mata lo que ama», la mujer de la fotografía mata lo que no ama para comenzar una vida a partir de cero. Como si eso fuera posible. Como si eso fuera auténtico.
Uno se pregunta qué clase de amor llegó a sentir por aquel hombre y su niña la joven que nos mira desafiante por encima de las gafas. Esos ojos verdes son traidores (si creemos en la lírica gallega) o mentirosos si son azules. La arrogancia reflejada en la mirada verde o azul y la boca torcida de mujer enfadada revelan un no sé qué de siniestro y oscuro en el pensamiento criminal de quien está viviendo una falsa epifanía.