Egoísmo benéfico

También el ingenioso hostelero busca su beneficio. Le interesa que la playa esté limpia, para que vayan turistas y vecinos a tomar el sol y, de paso, beban o coman en su chiringuito. Su propio egoísmo le ha activado el ingenio para dar con una idea que redunda en el bien común. Sea cliente suyo o no, quien ponga su toalla sobre esa arena lo hará en un lugar más limpio.

Desde nuestra más tierna infancia se nos bombardea con el mensaje de que buscar el propio beneficio es condenable. También desde la niñez se nos somete a un constante adoctrinamiento con la idea de que es importante cuidar “lo de todos” (lo que es, en gran medida, verdad). El lavado de cerebro comienza pronto, desde los inicios de un sistema educativo altamente ideologizado y a través del contenido de los programas de televisión infantiles.

Sin embargo, algo falla. A nivel ideológico el mensaje triunfa y la mayor parte de las personas –al menos en países como España o Francia– se lo cree de forma absoluta… cuando se refiere a los demás. A la hora de aplicárselo a uno mismo, la cosa cambia. La naturaleza humana se impone.

Dice un viejo refrán castellano que “lo que es del común es del ningún”. Razón no le falta al dicho, pero al propietario de un chiringuito se le ha ocurrido la manera de que muchos se preocupen en dejar más limpio algo que es “público”. Ha puesto a funcionar un mecanismo que falla muy pocas veces: la tan mal vista búsqueda del propio beneficio. Eso es lo que se activa cuando se entrega un refresco o una cerveza gratis a cambio de un vaso lleno de colillas de cigarrillos.

También el ingenioso hostelero busca su beneficio. Le interesa que la playa esté limpia, para que vayan turistas y vecinos a tomar el sol y, de paso, beban o coman en su chiringuito. Su propio egoísmo le ha activado el ingenio para dar con una idea que redunda en el bien común. Sea cliente suyo o no, quien ponga su toalla sobre esa arena lo hará en un lugar más limpio. Es el camino al civismo por medio de un benéfico egoísmo.