Meapilas y fariseos con el dopaje
Las autoridades deportivas, todas gordas como un globo, sientan cátedra desde sus asientos talla XXL para que les quepa el culo. Quieren hacer que los atletas mejoren cada año las marcas para no perder el negocio del espectáculo televisivo, pero al mismo tiempo pontifican sobre la limpieza del deporte.
Las autoridades deportivas, todas gordas como un globo, sientan cátedra desde sus asientos talla XXL para que les quepa el culo. Quieren hacer que los atletas mejoren cada año las marcas para no perder el negocio del espectáculo televisivo, pero al mismo tiempo pontifican sobre la limpieza del deporte.
Somos una panda de meapilas. Maradona, un tipo oblongo, era capaz de hacer un sortilegio con una pelota. Podía ir ‘enfarlopado’ hasta las cachas, pero cada vez que acariciaba una pelota su toque sutil era redondo como una buena metáfora. El cubano Javier Sotomayor, un tipo con un cuerpo de junco, era capaz de elevarse hasta las alturas para saltar a los altares del atletismo. Los dos fueron castigados por dopaje, por consumo de cocaína, una sustancia nociva para sus prácticas deportivas. Habría que recompensarles con dos medallas.
Las autoridades deportivas, todas gordas como un globo, sientan cátedra desde sus asientos talla XXL para que les quepa el culo. Quieren hacer que los atletas mejoren cada año las marcas para no perder el negocio del espectáculo televisivo, pero al mismo tiempo pontifican sobre la limpieza del deporte. Corre más droga por los retretes de sus oficinas que por las venas de los deportistas, pero a estos hay que controlarlos para tener contento al personal por el qué dirán. Ben Johnson, por mucho que se hubiese dopado, fue en su tiempo el tipo más rápido del planeta. Sus piernas corrieron a la velocidad de una gacela. Dopaje sería que lo hiciese sobre una bicicleta. El molinillo de Lance Armstrong cuando escalaba una montaña producía más dolor que todo lo que se hubiese metido, pero los que amamos el deporte continuamos considerándolo el más grande sobre una bicicleta, a la par de Miguelón Indurain.
La final de los 100 metros lisos del Mundial de Pekín se interpretó como la carrera entre el drogota, Justin Gatlin, y el limpio, Usain Bolt. Ganó la supuesta pureza, pero todos hubiésemos querido ver otro récord del mundo. ‘Citius, altius, fortius’. Con lechuga casi no sales ni de tu casa. Y el que piense lo contrario, que salga a correr.