Deja pasar
Cuando centenares de cuerpos yacen en el fondo del Mediterráneo, cuando decenas se asfixian hacinados en camiones en Austria, cuando tantos caen rendidos en el paso por los Balcanes, los valores democráticos sobre los que se asienta Europa deberían resplandecer, ahora más que nunca, como una luminaria, como un faro que guíe con su luz a aquellos que esquivaron la muerte de dictaduras crueles y del espanto del ISIS, abriendo así sus puertas a una emigración que busca refugio, anhelante de vida y libertad.
Cuando centenares de cuerpos yacen en el fondo del Mediterráneo, cuando decenas se asfixian hacinados en camiones en Austria, cuando tantos caen rendidos en el paso por los Balcanes, los valores democráticos sobre los que se asienta Europa deberían resplandecer, ahora más que nunca, como una luminaria, como un faro que guíe con su luz a aquellos que esquivaron la muerte de dictaduras crueles y del espanto del ISIS, abriendo así sus puertas a una emigración que busca refugio, anhelante de vida y libertad.
Por muy dramáticos que sean los casos de corrupción a manos llenas en España, la bancarrota griega o los temblores en las bolsas por el constipado de China, todo palidece en insignificancia ante la mayor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial. Según las Naciones Unidas, son unos sesenta millones los desplazados por la violencia, la destrucción, el hambre y la pobreza de sus países de origen. Son millones los que vagabundean famélicos por el África central, más de un millón y medio los que pasaron a Turquía, o un millón y pico los que se refugian en el Líbano, donde ya uno de cada cuatro habitantes es un desplazado. Los que vemos en los aledaños de Europa son solo un puñado de aquellos que han podido huir de la muerte, pero nuestras puertas siguen ignominiosamente cerradas.
Ante la crisis, Europa debe responder con la autoridad moral que se espera. Alemania, quizás por el peso de su historia, está intentando liderar admirablemente al continente, pero es difícil encontrar una política común cuando tantos países miran para otro lado. Clama al cielo la respuesta del Reino Unido, aterrorizado ante unos tres mil que se acercaban peligrosamente por el Canal, en un alarde de irresponsabilidad y racanería impropio y vergonzante, cuando meses atrás eras sus cazas los que bombardeaban Siria y Libia. Es atroz el alzamiento de la barrera de espinos en la frontera de Hungría frente a la mirada desesperada de las familias de refugiados y el llanto de los niños. El hecho de que Eslovaquia diga que dará asilo a doscientos refugiados (el 0,003% de su población) suena ya a broma de pésimo gusto.
Cuando centenares de cuerpos yacen en el fondo del Mediterráneo, cuando decenas se asfixian hacinados en camiones en Austria, cuando tantos caen rendidos en el paso por los Balcanes, los valores democráticos sobre los que se asienta Europa deberían resplandecer, ahora más que nunca, como una luminaria, como un faro que guíe con su luz a aquellos que esquivaron la muerte de dictaduras crueles y del espanto del ISIS, abriendo así sus puertas a una emigración que busca refugio, anhelante de vida y libertad.