Aylan en la orilla
Durante los últimos meses otros muchos aylanes han muerto en nuestras costas, familias enteras ahogadas y zarandeadas hasta nuestras orillas, pero no hemos sido capaces de ver los mensajes que venían con ellas. Son relatos que nos hablan de un Damasco en escombros, de ciudades perdidas entre las bombas y la destrucción total, de cadáveres hacinados en las calles, de locos decapitando a vecinos, de hambruna y abatimiento, de huidas nocturnas sin mirar atrás.
Durante los últimos meses otros muchos aylanes han muerto en nuestras costas, familias enteras ahogadas y zarandeadas hasta nuestras orillas, pero no hemos sido capaces de ver los mensajes que venían con ellas. Son relatos que nos hablan de un Damasco en escombros, de ciudades perdidas entre las bombas y la destrucción total, de cadáveres hacinados en las calles, de locos decapitando a vecinos, de hambruna y abatimiento, de huidas nocturnas sin mirar atrás.
La mar que mató a Aylan lo vino trayendo a la orilla con su zaszás zaszás de siempre. Lo meció hasta las costas de Bodrum y lo hizo yacer en la arena mientras acariciaba sus rodillas desnudas y ateridas. La mar trae otras veces antiguos mensajes en botellas que hablan de naufragios y de gentes perdidas en islas remotas. Pero esos mensajes pocas veces se encuentran, y quedan esperando una ayuda que jamás vendrá. El mensaje que la mar trajo con el cuerpo inerte de Aylan ya todos lo hemos leído, y habla también de naufragios, pero también habla de guerras y de muerte.
Durante los últimos meses otros muchos aylanes han muerto en nuestras costas, familias enteras ahogadas y zarandeadas hasta nuestras orillas, pero no hemos sido capaces de ver los mensajes que venían con ellas. Son relatos que nos hablan de un Damasco en escombros, de ciudades perdidas entre las bombas y la destrucción total, de cadáveres hacinados en las calles, de locos decapitando a vecinos, de hambruna y abatimiento, de huidas nocturnas sin mirar atrás. La muerte del pequeño Aylan y la foto icónica ?desgarradora pero necesaria? es un mensaje, un grito de desesperación a la conciencia de una Europa que se ahoga en un naufragio ético de proporciones titánicas.
El mastodonte burocrático europeo no ha sabido responder con la eficacia y la altura moral que se esperaba, y no ha podido dejar de ver en todo este tiempo la tragedia humanitaria y migratoria como una crisis de seguridad nacional, ese elefante en la habitación del que nadie se atreve a hablar cuando se apilan los muertos en las costas. De ahí los alambres de espinos en Hungría y los números de la indignación en las brazos de los refugiados en la República Checa. Pero la trágica muerte de Aylan ha removido conciencias y se atisba un cambio necesario en la vieja Europa. La ciudadanía ha dado una lección moral a sus dirigentes, por eso hay esperanza. La mar tuvo que matar a un niño y traerlo a nuestras costas para sacudir a un continente adormecido.