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Refugiados de la locura

En el primer mundo tenemos tanto que, para muchos, lo más mínimo es motivo de una depresión: que One Direction se separe, que no entres en una talla 38, que te estés quedando calvo… Nos entristecemos por cosas que deberían ser una alegría desde la verdadera perspectiva: tus oídos dejarán de sufrir, no se te marcan los huesos, no te pueden tirar del pelo en un cunnilingus…

Opinión

En el primer mundo tenemos tanto que, para muchos, lo más mínimo es motivo de una depresión: que One Direction se separe, que no entres en una talla 38, que te estés quedando calvo… Nos entristecemos por cosas que deberían ser una alegría desde la verdadera perspectiva: tus oídos dejarán de sufrir, no se te marcan los huesos, no te pueden tirar del pelo en un cunnilingus…

Al ver las fotos de los refugiados, más de uno nos hemos preguntado qué pasaría si fuésemos nosotros los protagonistas de la instantánea pero, lo cierto y verdad, es que en España tenemos imágenes similares. Si hacemos un recorrido rápido, recordamos esta misma escena el primer día de rebajas en la puerta de El Corte Inglés, o antes de un partido en el Camp Nou o durante una semana completa en los alrededores de un concierto de Pablo Alborán. Y, lo peor de todo, es que si no conseguimos la ganga esperada, el triunfo de nuestro equipo o que Pablo Alborán nos dedique una sonrisa y se enamore de alguna de las fans, ¡pobres ilusas!, vemos las mismas caras de tristeza, decepción y desesperación que se aprecia en las fotos de los refugiados.

En el primer mundo tenemos tanto que, para muchos, lo más mínimo es motivo de una depresión: que One Direction se separe, que no entres en una talla 38, que te estés quedando calvo… Nos entristecemos por cosas que deberían ser una alegría desde la verdadera perspectiva: tus oídos dejarán de sufrir, no se te marcan los huesos, no te pueden tirar del pelo en un cunnilingus…

La gente clama por una concienciación con el problema de los refugiados pero deberíamos tomar conciencia, también, de nosotros mismos: ayudar a otros a la vez que nos ayudamos a apreciar lo que tenemos y a no hundirnos a la mínima. A darnos cuenta de que la mayoría de nosotros no ha vivido la desesperación que se plasma en esas imágenes. Ojalá una simbiosis entre refugiados y ciudadanos europeos que nos lleve a todos a una vida mejor, a un mayor bienestar mental y, sobre todo, a la eliminación de colas de una semana para ver a Pablo Alborán. Habrá merecido la pena.