Que le den
Que le den al padre de Aylan el dinero sacado por la audiencia de periódicos, televisiones, revistas. Que le den una recompensa por los réditos políticos de los retweets.
Que le den al padre de Aylan el dinero sacado por la audiencia de periódicos, televisiones, revistas. Que le den una recompensa por los réditos políticos de los retweets.
Que le den al padre de Aylan el dinero sacado por la audiencia de periódicos, televisiones, revistas. Que le den una recompensa por los réditos políticos de los retweets.
Que le den algo, aunque sea un abrazo, por cruzar con su familia al continente que inventó la democracia y que también le rechazó con más violencia que la que escupió a su hijo del mar hasta anclarlo, de cualquiera manera, con la muñeca en un ángulo imposible, en la orilla.
Alguien se ha olvidado de terminar la frase en este asunto: «Que le den qué». Alguien, quizá nosotros, se ha olvidado de poner un punto y final porque en dos semanas le hemos lanzado un grito desde el olvido: «Que te den».
A alguien le han arrancado de esa frase, «que le den», la sintaxis familiar. No hay nombres propios, ni siquiera comunes, «niños», por ejemplo, porque Aylan podría ser todos, sino que sólo hay un pronombre, una sustitución.
Es, por decirlo así, un padre suprimido del lenguaje con un niño elidido, supuesto. Interpretado. No hay coherencia entre los miembros de la frase como tampoco entre los miembros de Europa. Faltan palabras en «que le den» y las pocas que hay son inconexas. Solo hay un padre desmembrado sin nombre propio en nuestro mensaje. Más que un padre, es una intuición de lo que debe ser el infierno.
Es todo cuanto apreciamos en la frase europea para los refugiados: «que les den».