El club de los selficidios
La moda de los selfies idiotas y mortales de necesidad ha llegado para quedarse, o eso parece. Un selfie póstumo dando vueltas por Instagram y por todos los medios de periodismo ciudadano tiene su morbo, para qué nos vamos a engañar.
La moda de los selfies idiotas y mortales de necesidad ha llegado para quedarse, o eso parece. Un selfie póstumo dando vueltas por Instagram y por todos los medios de periodismo ciudadano tiene su morbo, para qué nos vamos a engañar.
Sin manos, sin paracaídas, con tiburón, con león… La moda de los selfies idiotas y mortales de necesidad ha llegado para quedarse, o eso parece. Un selfie póstumo dando vueltas por Instagram y por todos los medios de periodismo ciudadano tiene su morbo, para qué nos vamos a engañar. Pero más allá de esto, el tema preocupa porque es una moda que va en aumento y está fuera de toda lógica. Mientras en medio mundo unos arriesgan su vida por subirse a un bote en condiciones infrahumanas con la esperanza de encontrar un futuro mejor, en otro medio mundo – aquel que puede pagarse los Iphones fuera del alcance de la otra mitad- tenemos una chavalada que le da por hacerse fotos en situaciones tan extremas que la palman en el intento. Eso sí, la muerte llega tras el ansiado selfie, ah bueno, al menos han conseguido parte de su objetivo: una superfoto póstuma.
Así, tenemos para la posteridad unas imágenes que recorren Instagram, Facebook, Twitter y diarios que obtienen cientos y miles de likes, retuits y comentarios, donde se puede ver a jóvenes encaramados a puentes, balcones, precipicios imposibles, por no decir de los que están acompañados de leones, cocodrilos y tiburones. De los que circulan por la red, me quedo con el del recién casado haciéndose un selfie en una playa de Florida y tiburón en la retaguardia con cara de pocos amigos. De la foto, sólo sobrevivió el tiburón. Ignoramos si su desconsolada viuda habrá enmarcado la última imagen con vida de su amado para colocarla en el salón, o habrá eliminado al animalito con Photoshop. El bicho sale con una boca tan abierta que parece la misma entrada al averno. Al tiburón, parece ser, no le gustaban las fotos; para eso hay que pedir permiso, que los animales también tienen su derecho a imagen. Que se lo pregunten al famoso “mono del selfie”, que tomó una cámara y se hizo la foto él solito y bien sonriente. Dejó fuera incluso a David Slater, el fotógrafo artífice que ha perdido la batalla por los derechos de la imagen. Esperemos que sea una persona coherente y no le suponga una tragedia mayor que perder la vida por una autofoto.
Ya muere más gente por selfies que por ataques de tiburón, aunque a la vista está que algunos casos cuentan doble. Puede que los Darwin Awards -otorgados a las muertes más estúpidas del año- se queden cortos ante tanto selficidio en condiciones surrealistas, así que propongo la creación de un Premio al Selficidio del año donde, como recopiladora de perlas raras que soy, estaría encantada en formar parte del Jurado. Ahí queda dicho.