La rubiocracia
Aquí lo que pasa es que nadie nos avisó de que una rubia con 700.000 followers en Instagram podía forrarse sólo poniendo cara de gatita y haciendo fotos a sus batidos bajos en calorías. Una rubia con un smartphone: he aquí el próximo salto evolutivo del ciber-capitalismo, he aquí la nueva especie superior, la cima de la cadena alimenticia consumista.
Aquí lo que pasa es que nadie nos avisó de que una rubia con 700.000 followers en Instagram podía forrarse sólo poniendo cara de gatita y haciendo fotos a sus batidos bajos en calorías. Una rubia con un smartphone: he aquí el próximo salto evolutivo del ciber-capitalismo, he aquí la nueva especie superior, la cima de la cadena alimenticia consumista.
Aquí lo que pasa es que nadie nos avisó de que una rubia con 700.000 followers en Instagram podía forrarse sólo poniendo cara de gatita y haciendo fotos a sus batidos bajos en calorías. Una rubia con un smartphone: he aquí el próximo salto evolutivo del ciber-capitalismo, he aquí la nueva especie superior, la cima de la cadena alimenticia consumista.
Doña Gabrielle Epstein, rubia mimosa que nació y morirá en bikini, explica que ella no necesita trabajar, puesto que con un sefie gana mucho más que en cuatro días de tajo. El minero tosedor, el taxista encabronado, el abogadito de provincias con sus tics nerviosos y su novia del instituto, todo eso pasará. El mundo laboral pasará, cielo y tierra pasarán, pero los muslos de la Epstein no pasarán.
La profesora y su lumbalgia, el guitarrista hippie y sus bufandas, la funcionaria injubilable, el policía mamón, el arquitecto pedante con sus jerseys de cuello vuelto y sus botellas de Borgoña, el camarero con su zapato blando, el vendedor de coches usados, el periodista rabioso (narigudamente rabioso), la enfermera comunista, el payés embarrado. Nadie nos avisó y hemos estado haciendo el ridículo más espantoso.
Todo pasará, toda la espesa gloria de gente que se levanta pronto por la mañana, se olvida de las cosas y se acatarra. Las cyber celebrities no se acatarran, y eso que les distingue una especie de constante alergia a la ropa. La muerte ni siquiera las alcanza: se limitan a desaparecer y a ser sustituídas por nuevos ejemplares de equivalente perfección satinada. Una turba planetaria de pajilleros con sobrepeso sustenta esta nueva economía. Marx no vio esto, Malthus no vio esto, Weber, Dilthey, ni siquiera Goodman o Marcuse vieron esto. El capitalismo no colapsa: se centrifuga y se embute a sí mismo en porno virtual. Y la nave va.